Esta es la primera parte de la aventura en Japón.
Prefacio
“Adivinen a dónde voy el próximo domingo”. Era el fin de semana antes del viaje. Casualmente le comentaba a mi familia que iba a dar una vuelta a alguna parte. Cuando respondieron que “al sur” o “a la playa”, una sonrisa se escapaba a pesar de mi eterna expresión seria. “¡Nos vamos a Japón este fin de semana!“
Esa última semana fue agitada. Fuimos al Congreso Chileno de Ornitología en San Vicente de Tagua Tagua. Armé una presentación para las chicas de un colegio de Curicó sobre aves urbanas para la semana de la ciencia. Viajamos en moto junto a Pedro a presentar en Curicó y volver. Y al día siguiente era el sábado del October Big Day. En medio de todo esto, y con mi mente fragmentada en distintas tareas, repasaba lo que necesitaría llevar. Las maletas las armé el sábado en la noche al volver de pajarear.
Sólo teníamos una reserva de 4 noches en un hotel de Tokyo y otra de 19 días de una Suzuki V-Strom 250SX. Todo lo demás estaba cubierto por nubes.
13-oct. [Santiago – New York]
So it begins.
— Théoden. «The Two Towers»
El día ha llegado. Al fin pude sentir un poco de ansiedad y la anticipación en aumento. Repasé una vez más qué cosa podía faltarme en las maletas y partí donde Feru. Cuando llegué, la anticipación aumentó exponencialmente. Partimos temprano al aeropuerto en taxi y, luego de decenas de veces viajando por trabajo, por primera vez pude responder “al terminal internacional”.
En mi libreta anoté:
“Por fuera probablemente me veo como siempre, pero una combinación de emoción, ansiedad y falta de sueño se mezclan en mí”.
Durante mi ruta en moto a Curicó, dos días antes, un temor comenzó a crecer en mi mente. Al dimensionar las distancias, visualizar la moto cargada con nuestras cosas y también el cansancio. Pronto ese temor se convirtió en miedo. Miedo de que las cosas salieran mal, de arruinarle el viaje a Feru por mi idea de recorrer Japón en moto. Pedro me hizo notar que tener miedo significa que no tengo exceso de confianza, lo que es algo positivo. Por mi parte, trataba de acabar con ese miedo como Sméagol con Déagol.
Llegar temprano al aeropuerto fue bien aprovechado. Ya que gracias a tantos vuelos por trabajo el durante el año pasado, logramos entrar al lounge LATAM y partir con un pequeño gusto (¡gracias, pequenes!). Bromeamos varias semanas de que quizá este sería el punto más alto del viaje, porque no lograríamos salir de Chile. Yo al menos pude tomar todo el helado que quisiera (momento Forrest Gump) y un jugo de frutas, jeje.

Abordamos el vuelo LA532, el avión más grande al que he subido, donde pasaríamos las próximas 10:30 horas. Al revisar las películas, sin mucho entusiasmo, encontramos algo que anunciaba que este sería un buen viaje… ¡Estaba toda la trilogía de El Señor de los Anillos! A las 22:55 dejamos Chile atrás y, por enésima vez, declaramos que sería noche de maratón. Aunque sería la primera vez de forma estereoscópica.

14-oct. [New York – Tokyo]
Al igual que en todos los vuelos, dormí poco y mal (y yo pensando que mi falta de sueño ayudaría). ¡Llegamos a Estados Unidos! Aterrizamos temprano (8:30 hora local) en el Aeropuerto JFK, en New York. Me emocionaba más de lo que esperaba el estar en otro país.
Apenas estuvo a mi alcance ir al exterior, me apresuré a mirar el cielo. A pesar que lo primero que vi fueron palomas (Columba livia) y gorriones (Passer domesticus), pronto aparecieron especies nuevas. Conocí al European Starling (Sturnus vulgaris), American Herring Gull (Larus smithsonianus) y algunos cuervos que no pude determinar su especie.


Comimos una caprese focaccia en Villa Pizza, el único lugar que tenía excelentes reviews en ese aeropuerto, aunque era caro. Nada es barato en un aeropuerto en verdad. A las 13:20 estábamos arriba del vuelo JL5. La cola del avión lucía el logo de Japan Airlines: un tanchō, o ‘Red-crowned Crane’ (Grus japonensis). Esta era una de las especies que más ansiaba poder observar.
¡El avión era fantástico! Nos permitió ver el despegue con cámaras en el exterior y navegar en mapas satelitales para ver el viaje (de casi 13 horas). Entre las series que habían disponibles, no esperábamos encontrar Mononoke (Toei Animation). ¡Excelente!
Era real. Vamos a Japón, luego de muchos años en que imaginábamos el lejano día en que tal vez podríamos conocerlo. Dos lágrimas se formaron lentamente. Y lentamente descendieron.
15-oct. [Tokyo]
“Bienvenidos a Japón, amigos. La hora local es… mañana.”
— Los Simpsons. «Treinta minutos sobre Tokio»
Lo primero que se nos vino a la mente cuando anunciaron la hora local (16:30) fue ese capítulo de Los Simpsons. A través de la ventana veíamos la gran isla de Honshu bajo las nubes y, al descender sobre la enorme ciudad de Tokyo, el monte Fuji era lo único que se alzaba en el horizonte.

“This is the best season to enjoy nature. We have a mild weather and beautiful landscapes”. El anuncio de la tripulación mediante el parlante era prometedor. Fue un momento emocionante. Estábamos viendo todo lo que nos esperaba afuera de la ventana mientras aterrizábamos en lo desconocido.

Apenas pasamos el área del control, lo primero que vimos al abrir las puertas fue un panel con Hatsune Miku y Hello Kitty con la palabra “Welcome!”.
Antes de salir, tuvimos que hacer algunas tareas. Dimos muchas vueltas, repasando nuestros pasos de ida y venida, casi como en el Templo del Agua (Ocarina of Time). Buscamos un ATM (tenía menú en inglés y fue fácil de usar), algo de tomar (nuestra primera japo-compra) y dos SIM para nuestros celulares. Otra misión importante antes de abandonar el aeropuerto era encontrar la estampa (más sobre las estampas luego).

Entre todas las vueltas, escucho “sumimasen…” a mi espalda. ¡Era una periodistas y una cámara de TV! Oh no. Querían entrevistarnos. ¡Oh no! Reaccionamos de la única forma que dos personas introvertidas podrían hacerlo: huimos de la situación entre disculpas.
Nos asomamos en una terraza de observación. Ya era de noche y el aire era cálido (unos 23°C y bastante humedad). Fue mi primera oportunidad de usar el Echo Meter Touch 2 (micrófono ultrasónico para murciélagos), pero no tuve éxito a pesar de las luminarias.

Debido a las maletas, y no saber sobre el transporte público aún, optamos por un taxi hasta el hotel. Era caro. Uber cobraba ¥10.000 (unos $63.000 CLP) por el viaje de 20 km. ¡El triple de lo que vale la misma distancia desde mi casa al aeropuerto de Santiago! Pero cuando un taxista nos habló y pidió ¥15.000, llamamos al Uber de inmediato. Rápidamente llegó Shigeo-san, nuestro conductor.
Fue un viaje veloz por las autopistas de Tokyo nocturno. Cruzamos puentes y un túnel submarino de 1.325 m de largo (aunque esto lo noté sólo al repasar la ruta que hicimos). Las autopistas además iban en las alturas, por lo que las luces de los enormes edificios cubrían hasta el horizonte. En una ciudad vasta e infinita.
Llegamos al Comfort Hotel Tokyo Kiyosumi Shirakawa, en el barrio Kōtō. Todo bien con el check-in y en un par de minutos estábamos en nuestra pequeña habitación de 13 m2. Suficiente para ambos. Algunos minutos después noté que algo me faltaba. ¡Mi chaqueta de mezclilla no está! ¡Nooo! Era tarde, y en la app de Uber la opción de “objeto perdido” me indicaba que no era posible comunicarse. Angustia. Luego me indicó que llamara directamente. Marqué un largo número en el teléfono del hotel y me contestó una grabación en japonés, no entendí nada y colgué. Angustia y pena. Estuve una media hora pensando en lo mal que partió esto, cuando sonó el teléfono. Contesté y escuché “Hello? This is Shigeo”. Me dijo que encontró la chaqueta y que la traería al día siguiente a las 11:00. Le pedí disculpas y agradecí su buena disposición.
Bajamos a la medianoche al konbini Family Mart ubicado afuera del hotel (más sobre los konbini, ‘convenience store’, luego). Dos sándwiches de huevo cerrarían el día. Pensaba en lo amables que habían sido todos aquellos con quienes interactué esa tarde. Era la 1:30 AM y no tenía sueño, aún así me dormí de inmediato.
16-oct. [Tokyo]
Aves, afuera. La alarma sonó a las 6:00. Escuchaba tenues vocalizaciones de algunos pájaros afuera del edificio y no tenía idea qué eran. Fue una sensación que anticipé por años, cuando me imaginaba con la posibilidad de conocer algún lugar fuera de Chile.

El desayuno del hotel era sencillo y variado. Tenía, por un lado, cosas típicas de un desayuno más occidental, y por otro, cosas de estilo más oriental. Como suelo hacer cuando me hospedo por el trabajo, lo primero que hice fue llenar un plato con fruta, luego elegiría otras cosas.
Nos preparamos para nuestro primer paseo a pajarear en Japón. Meses atrás, cuando encontré el hotel en Booking, revisé los alrededores en Maps y en eBird. Lo primero que llamó nuestra atención y generó gran expectativa, fue que estábamos a 200 m del jardín Kiyosumi. Ver fotos del lugar entretuvo nuestra imaginación para cuando llegara el día. En otras palabras, hoy.
Lo primero que vimos al salir a la calle fue un Large-billed Crow (Corvus macrorhynchos), el que sería la especie omnipresente durante todo nuestro viaje. Era precioso y enorme.

ハシブトガラス | hashibutogarasu
Eran las 8:30 y ya hacía calor. El jardín no abría aún, así que fuimos al parque Kiyosumi, al lado. Sonaban muchos grillos y varias aves desde lo alto del follaje de los árboles. Eran muchos sonidos a los que mi cerebro no podía asignarles un nombre, ni siquiera una forma. Me hacía feliz estar nuevamente en esa fase desafiante y entretenida de “no tengo idea de nada, ¡quiero aprender!”. Aquí fue donde la combinación de mi libro Birds of Japan (Otani Chikara), eBird y Merlin fueron vitales.
A pesar del follaje, logré ver y fotografiar a dos mejiro, ‘Warbling White-eye’.

メジロ | mejiro
A las 9:00 abrieron el jardín Kiyosumi. Encontramos dos lindas estampas en la entrada y luego un precioso e impecable jardín se desplegó frente a nosotros. La mantención y poda del pasto y los árboles eran perfectas. No había una sola basura en el suelo ni tampoco hojas sobre el césped. En el agua habían tortugas, peces koi y varios Eastern Spot-billed Duck (Anas zonorhyncha). También vimos a la primera y única lagartija de todo nuestro viaje.




カルガモ | karugamo

ニホンカナヘビ | nihonkanahebi
Este jardín tiene una colección de grandes rocas provenientes de todo Japón. Entiendo y comparto la idea de encontrar linda una piedra en el suelo y guardarla en el bolsillo. Aunque este jardín llevaba este universal y antiguo acto a un nivel colosal.

Volvimos unos pocos minutos antes de las 11:00 al hotel y nos quedamos en la puerta. Apenas dieron las 11:00 llegó Shigeo-san en su taxi, quien saludó cortesmente y me entregó mi chaqueta. Fue muy amable nuevamente y siguió su camino. Si bien no dio ninguna impresión de esto, pienso que debe haber sido una molestia haber tenido que perder su tiempo por mi culpa. Lamenté no haber tenido más cuidado. He leído que en la cultura japonesa no hay lugar para las propinas y que probablemente la rechacen al ofrecerla. Pero ya que Uber lo permite, dejé un poco por su viaje extra como agradecimiento. Esto iba más allá de dar una “propina por un viaje”, pensaba.
El almuerzo fue un rápido ramen de curry instantáneo del FamilyMart y luego nos preparamos para caminar, caminar mucho. Haríamos una primera incursión al centro de Tokyo, hacia el barrio Chūō. También tenía una misión crítica que resolver: encontrar estacionamiento para motos cerca del hotel antes del viernes. Por cosas sin explicación, el hotel sólo admitía autos en su estacionamiento.
Antes de cruzar el puente Kiyosu-bashi, sobre el río Sumida, nos detuvimos en las terrazas junto al río. Habían algunas jardineras con distintos tipos de flores ornamentales, ¡y donde hay flores hay mariposas! Además, encontramos un estacionamiento pagado para motos, por lo que la tarea crítica se resolvió de inmediato.




Luego cruzamos el puente Kayaba, sobre el río Nihonbashigawa, y llegamos al famoso distrito de Ginza. Esta área se caracteriza por sus tiendas de marcas internacionales y otras de lujo. En otras palabras, nada que nos llamara la atención. Lo que sí encontramos fue una gran librería, donde estaba la edición de noviembre de la revista BIRDER.

El sueño, calor y cansancio comenzaban a golpearme. Moverse de un huso horario su extremo opuesto no estaba libre de consecuencias, y sufriría sus efectos por varios días.
Desde Ginza caminamos hacia el norte, hasta llegar a la Tōkyō Station. Además de sueño, teníamos muchísima hambre. Hayamos una tienda de ramen, Soranoiro NIPPON, donde tuvimos nuestro primer encuentro con una shokken, una máquina para hacer pedidos. Al principio nos costó un poco entender cómo usarla, pero lo logramos.
El ramen me dio energía suficiente para lograr recorrer la Tokyo Character Street. Aquí se concentraban tiendas de muchas franquicias distintas, como Ghibli, Rilakkuma, Kirby y Snoopy. También estaba la Pokémon Store Tokyo Station Shop, con su Pikachu jefe de estación en la entrada. A pesar del lugar, ya había pasado límite físico y mental. Y aunque había decenas de cosas que me gustaban, me sentía saturado y algo alienado estando ahí. Había mucha gente, muchos productos, era como un mall finalmente. Y detesto los malls. No disfruté pasar por ahí, aunque me habría gustado aprovecharlo más.
El temor del viaje en moto no había desaparecido, y cada cierto rato las dudas emergían en mi mente. Debido a esto, recibir un correo de Rental819 anunciando “Payment Confirmation Notice” me dio un golpe de ansiedad.
Volvimos al hotel en Uber, ya que sentía que 3,3 km serían una caminata imposible y no sabíamos usar el Metro todavía. Me di una ducha y bastó nada más sentarme en la cama para borrarme hasta el día siguiente.
17-oct. [Tokyo]
Dormí 4 horas, no tenía sueño, pero sí mucho cansancio. Mirar por la ventana me dio la sorpresa de que durante la noche había llovido y eso refrescó la mañana.
Fuimos nuevamente al parque Kiyosumi mientras abrían el jardín. Vimos un cartel que advertía de un peligroso hongo venenoso, el cual busqué para fotografíar, sin éxito. El jardín Kiyosumi lucía más bello el día de hoy, con una preciosa gradiente de verdes gracias a las nubes en el cielo. El agua del estanque me recordaba una taza de matcha también.

コサギ | kosagi

アオサギ | aosagi
Una pareja lucía unos hermosos trajes tradicionales y se sentaban en la entrada del jardín. Iban a casarse. Era una linda escena, que nos recordó que idea de apuntar la cámara hacia allá estaba absolutamente fuera de lugar. Recordaba, además, que uno de los problemas que enfrentan los japoneses por el turismo es que, debido a su cultura que valora mucho la privacidad, se ven muy pasados a llevar por quienes nada más les toman fotos en espacios públicos. Personalmente, y aunque me gusta retratar personas en la calle en Chile, casi siempre les he preguntado antes (y con bastante ansiedad por iniciar una conversación).

Mi ánimo era mucho mejor que el día anterior gracias a las nubes y el viento refrescante. Además, hoy sería el día de visitar la BirdShop, de la Wild Bird Society of Japan. Para lograrlo, tuvimos que enfrentar el intimidante Metro de Tokyo, con su enorme y complejo mapa. Donde tratamos de unir las estaciones Kiyosumi-shirakawa con Gotanda.

Lo primero que me llamó la atención al entrar al Metro, de forma inescapable, fue que había sonido de aves en las escaleras. Tuve una vaga idea del motivo, pero pude confirmarlo al buscar en internet. Parte de una gran campaña de integración para gente con dificultad visual, que busca hacer más segura la ciudad, implementó sonidos de distintas aves en las escaleras del Metro para advertir su proximidad. Estos sonidos se responden uno al otro tipo ping-pong. Lo encontré fantástico y nos imaginamos algo así implementado en Chile, con sonidos de aves nativas que ayuden a personas ciegas.
Los vagones eran silenciosos. Sin vendedores gritando, sin parlantes reventados con música ni gente hablando fuerte entre ellos. Era una gran sensación de calma, especialmente al recordar esos viajes en Santiago donde, luego de el fatídico “mi intención no es molestar”, grandes parlantes se llevan al punto de distorsión.
Salir en la estación Gotanda nos presentó el río Meguro, donde un aosagi, ‘Gray Heron’ (A. cinerea), posaba inmóvil. Caminamos junto al río un corto tramo hasta que llegamos a la BirdShop.

En la BirdShop tuve mi primer, y en retrospectiva el único, momento en que quería comprar varias cosas y me lo permití. Habían muchísimos artículos de aves: pins, tazas, pósters, poleras, calendarios, libros, contadores, peluches, artesanías varias y decenas más. Aquí también pude conversar (dentro de lo posible) con Tsukada-san, de la WBSJ, y los dos que atendían sobre nuestra tentativa ruta. Nos mencionaron lugares buenos para observar aves, algunos que ya estaban en nuestro mapa y otros que fuimos agregando. Cuando volteamos luego de despedirnos, Tsukada-san dijo “ah! Pochama to Achamo!” al ver nuestros peluches de Piplup y Torchic en las mochilas, indicando que le gustaban ambos Pokémon.

La WBSJ es la encargada de administrar y promover el uso de eBird en Japón. También son responsables de varias campañas y proyectos de conservación a lo largo del país.

Aquí también pudimos recibir algo que esperábamos desde hacía meses, y que nos guardaron desde antes de comprar los pasajes. Al realizar una donación de ¥5.000 a la WBSJ puedes recibir un hermoso pin de plata de un ave que tengan disponible. Me costó elegir, ya que estaba entre el tanchō, ‘Red-crowned Crane’ (Grus japonensis) o el shimafukurō, ‘Blakiston’s Fish-Owl’ (Ketupa blakistoni). Ambas aves me causan fascinación y fue difícil elegir, casi como partir un juego de Pokémon y escoger a tu inicial. Finalmente decidí el de tanchō. En retrospectiva, tal vez este fue el punto de divergencia entre las dos rutas de la novela visual de nuestro viaje.

En nuestro camino de regreso a la estación Gotanda, cruzamos el puente Taniyama y vimos un sushi con una linda Super Cub 50 azul. Lamentablemente estaba cerrado, porque bastó la escena para que nos dieran ganas de comer ahí (tener mucha hambre también).

Un tramo corto por la línea Yamanote nos llevó entre las estaciones Gotanda y Shibuya. Salir a la superficie en Shibuya fue justo como imaginaba… pero con el triple de personas. ¡Era un enorme espacio abierto! Nos encontramos inmediatamente en el famoso Shibuya Scramble Crossing, aunque no era parte del plan cruzar por ahí. Habría muchísima gente y muchísimos turistas también. Esperamos la luz verde y cruzamos. En ese momento la mayoría de los turistas cruzaban con sus celulares grabando (como los conciertos de hoy) y otros directamente se detenían en medio de la calle a tomar fotos, incluso instalando trípodes.

Shibuya era probablemente el lugar con mayor diversidad cultural que hayamos visitado. Luego recordamos que no vimos a la estatua de Hachiko, pero de todas formas no habríamos podido. La inminente celebración de Halloween en el lugar lleva a que sea resguardada del público.
Eran las 16:00 y ya había comenzado a sentirme muy cansado. Quedaba media hora de sol y mi cerebro iba apagando funciones lentamente. Nuestra idea era poder visitar un par de tiendas relevantes, como la Nintendo Store y el Pokémon Center Shibuya, pero cuando llegamos dudaba de querer hacerlo por mi cansancio. Me empujé a cruzar la puerta y entramos. Era una locura el interior. Habían decenas de personas en todas las tiendas y me recordó al Costanera Center cuando se acerca la navidad (a pesar de que nunca he entrado en diciembre).
La visita a la Nintendo Store fue agotadora y no vi nada que me gustara, sorprendentemente tal vez. Por otro lado, el Pokémon Center Shibuya tenía un fabuloso Mewtwo en la entrada, pero adentro estaba tan lleno como la tienda anterior y no podíamos ver con calma las cosas. Esto hizo que ambas visitas fueran tan cortas como pudiéramos. Me sentía saturado después de esto.

Cuando salimos, caminamos un poco más hasta el edificio Laforet Harajuku, donde Feru quería ver algunas tiendas. El edificio tenía varios pisos, que sufrí subiendo y bajando con mi energía al agotada. Había hartas tiendas de ropa tipo lolita, y muchas de las chicas que recorrían el edificio vestían atuendos preciosos.

Al final nos vimos obligados a tomar otro Uber para volver, ya que, a pesar de saber volver en Metro, la hora punta y la fatiga nos detuvo. Al llegar al hotel, vimos algo que devolvió algo de vida a mi cuerpo: un carrito de crepes. ¡Estaban muy buenos! Descansamos dos horas y salimos a una pequeña caminata antes de dormir.

18-oct. [Tokyo]
8 km
La mañana nos enfrentó a decidir entre dos opciones: visitar el Museo Fukagawa Edo o ir a Akihabara. Y a pesar de que no disponíamos el día completo, optamos por Akiba. Hoy era otro día crítico: había que ir por la moto a Odaiba antes de las 20:00.
Tomamos el Metro por segunda vez, ahora con algo más de confianza, y llegamos a la estación Ueno-okachimachi. Al igual que en las otras estaciones, parte del tiempo que pasamos dentro lo usamos en buscar la estampa.


¿Qué son las estampas? Dejé pendiente esa parte. A lo largo y ancho de Japón existen miles de estampas, 17.878 para ser exactos, y están en distintos lugares a libre disposición de todos. Hay distintas categorías: lugares turísticos, estaciones de tren, estaciones de carretera y áreas de estacionamiento. Así que cuando descubrí que existían, lo agregamos como otra capa a la cual prestar atención a lo largo del viaje.
Al salir, el cielo lucía gris. Nos dirigimos al parque Ueno, en el barrio Taitō, donde la idea era “pasemos rápido y seguimos”, pero al final se extendió más de lo esperado. El parque es bellísimo: los árboles y los senderos, los templos y su olor a madera.
Visitamos nuestro primer templo, el Kiyomizu Kannon-dō, que es el más antiguo de Japón, construido en 1632. ¡Casi 400 años! Me cautivó su interior oscuro, silencioso y con un notable olor a madera vieja. Una de las paredes tenía una pintura de 1878 que representaba la Batalla de Ueno, que ocurrió diez años antes en ese mismo lugar. Estar ahí fue un enorme contraste con lo que fueron los días anteriores.




En este templo, además, conseguimos nuestros primeros goshuinchō, que son cuadernos para juntar sellos (goshuin) de distintos templos. Así que sumamos otra capa de interés a nuestra aventura.
Afuera, las aves se hacían notar con sus vocalizaciones y los cuervos se perseguían ágilmente entre los arboles. Bajamos algunas escaleras hacia el oeste, pasando incidentalmente por el santuario Gojoten, donde habían estatus de kitsune (‘zorros’) con yodarekake (‘baberos’) rojos. Una suave lluvia comenzaba a caer, atenuando las luces y saturando los colores.



Afortunadamente habían pocos visitantes y el parque tenía pocos turistas. Es posible que, en parte, se debiera a la llovizna. Nos imaginábamos el lugar durante la primavera, cuando los cerezos florecen y miles de personas visitan para observarlos. Antes de salir del parque, una Oriental Turtle-Dove (Streptopelia orientalis) apareció tímidamente entre los arbustos.

キジバト | kijibato
Al cruzar hacia el estanque Shinobazu nos encontramos con otro templo, el Benten-dō, con una preciosa arquitectura. Aquí conseguimos un segundo goshuin y seguimos nuestro camino bordeando el estanque hacia el sur.

¡Habían muchas aves acuáticas! Pudimos sentarnos un rato a observar los patos, intentando distinguir si eran especies distintas o si se trataba de hembras y machos. Pudimos ver por primera vez especies como Northern Pintail (Anas acuta), Tufted Duck (Aythya fuligula) y Little Grebe (Tachybaptus ruficollis).

カルガモ | karugamo

ヒヨドリ | hiyodori
Ya que hoy había que ir por la moto (¡oh sí!), no podíamos usar todo el día en esta incursión a Akihabara, en el barrio Chiyoda. En nuestro camino apareció el frontis de una querida portada, el Cafe Mai:lish, lugar que inspira el May Queen Nyan-Nyan de la serie Steins;Gate. Fue una de las primeras novelas visuales que leí y es mi favorita, por lo que tuvimos que pasar.


Luego de años de haber leído y visto Steins;Gate, coincidió que precisamente el 15 de octubre, el mismo día que aterrizamos en Japón, se celebró el 15º aniversario de la serie. Si ya fue lindo verlo por fuera, el subir las escaleras y entrar fue aún más emocionante. Tenían música del anime, una gran cantidad de artículos relacionados y, si bien el menú no era amplio, la comida (omuraisu) estaba muy rica.


Luego de uno de los momentos más felices del viaje, seguimos el camino. Era tarde y teníamos poco tiempo para ir por la moto, y antes había que pasar al hotel por el equipo de la moto. Caminamos rápido al Metro, aunque una tienda de gachas lanzó sus redes sobre Feru, por lo que nuestra huída de Akiba tardó un poco.

Sacamos rápidamente las cosas de la moto y partimos nuevamente en Metro hacia Odaiba. Ahora nos tocó viajar en la línea Yurikamome, la que asombrosamente cruza sobre el mar de la bahía de Tokyo por el puente Arcoiris. Como dato pajarero, yurikamome es el nombre japonés de una gaviota, la Black-headed Gull (Chroicocephalus ridibundus). Es la pariente del hemisferio norte de la gaviota cáhuil (Chroicocephalus maculipennis) de Latinoamérica.
Llegamos a Rental819, donde una Suzuki V-Strom 250SX negra nos esperaba. Me explicaron brevemente, entre varias cosas, las normas del tránsito en Japón (que algo repasé también en Chile). Las dudas, el temor y la inseguridad hicieron un último acorde dentro de mí. Miraba a Feru, buscando reforzar mi tambaleante confianza en el plan. Todo empeoró cuando, al mostrarle el estacionamiento a la que atendía, ésta cruzó sus brazos en forma de ‘X’ y nos explicó que era un estacionamiento de pago mensual. Mientras tanto, afuera había empezado a llover.
Angustia. Lluvia. Incertidumbre.
Era el horario de cierre. Me encontré en la calle con una moto, bajo la lluvia y sin un lugar al cual llegar. Y con Feru, arrastrada a este escenario y sin saber qué sentía sobre la situación.

Afortunadamente otro motociclista y la chica de la tienda encontraron un estacionamiento a 1,3 km del hotel. “¿Qué estamos haciendo?”, me preguntaba. Feru me dio su apoyo y nos subimos a la moto, listos para nuestros primeros 8 km en la noche de Tokyo. Fue un recorrido lleno de luces y reflejos bajo la lluvia.

Me costó un poco acostumbrarme a la moto, especialmente por la regulación de la manilla de embrague, pero dejando eso de lado, era bastante cómoda. El asiento era más corto que en mi XR250 Tornado y especialmente más corto que en la CB500X. Llegamos al estacionamiento sin problemas más allá de estar mojados. Desde ahí tomamos el que juramos sería nuestro último Uber del viaje. Era poca distancia, pero caminar con tres maletas y todo el equipo de moto encima multiplicaba el esfuerzo.
Llegamos a enfrentar un nuevo desafío: ordenar el equipaje. Eran maletas pequeñas, una de 23 L a cada lado y una de 47 L arriba, donde iría todo nuestro el equipaje para dos semanas. Vi como se confirmaba algo que veía venir desde hacía un par de días, ya que tuve que despedirme de mi trípode, la chaqueta y dejar uno de nuestros binoculares.
Nos acostamos tarde otra vez. Dejé hecha la reserva del Sunflower Ferry, que nos llevaría desde Honshu hacia la isla de Hokkaido, al extremo norte. Era nuestra última noche en Tokyo. Dudaba de nuestro destino.
19-oct. [Tokyo – Oarai (ferry)]
162 km
Llegó el día crítico. Buena denominación, ya que un par de crisis aparecieron durante los primeros minutos de la mañana. Ambos tuvimos que dejar ropa (abrigo) y equipo que nos habría gustado traer con nosotros. Vimos las pequeñas maletas a tope y nuevamente dudé de qué tan viable era nuestra idea. Mi idea. Sería el responsable de arruinarlo todo si esto resultaba en un desastre. Consideré hasta último momento cancelar la reserva del ferry que había hecho apenas la noche anterior. Se esperaban 30ºC en Tokyo y la hora del check-out (11:00) se acercaba.
Y la segunda crisis: uno de mis guantes de moto desapareció. Fue un momento estresante, triste y de preguntarme constantemente si estaba haciendo lo correcto. Además, hacía ya mucho calor, lo que empeoraba todo.
Ordenamos las maletas y bajamos a la recepción, donde unos días antes me salvaron del problema de custodia para nuestras maletas mientras viajábamos en moto. Me dijeron que si reservábamos para cuando volviéramos, cuidarían las maletas sin problema. Luego partí caminando a buscar la V-Strom, pagué ¥400 por la noche y encendí su motor para regresar.

Agradecimos al personal del hotel por su excelente atención. ¡Apareció mi guante! Y anclamos las tres maletas a la moto. Un último momento de inseguridad antes de partir a lo desconocido siguiendo una ruta incierta.
¡Aquí vamos!
¡Partimos nuestra aventura de Japón en moto!
Anotaría en mi libreta más tarde:
Moverme sobre una moto me hacía sentir en un lugar seguro de alguna forma, un lugar que me es familiar. Concentrarme en lo esencial. Ver hacia adelante. ¡Maneja por la izquierda!
Me sentí feliz de estar en movimiento y sentir que todo el estrés y dudas quedaban atrás. Volví a sentir que podía hacerlo todo, llegar donde sea y que, en caso de cruzarme con problemas, hallaría la forma de superarlos.
La salida de Tokyo hacia el oriente fue lenta, pero quería evitar las autopistas por el momento. Cruzar el puente Kasai, de 738 m de largo, sobre el río Ara y el río Naka fue impresionante y me dio una gran alegría. ¡Al fin estábamos viajando en moto en Japón!
Tomamos la Ruta E51 en nuestro camino hacia Oarai y avanzamos hasta ver un cartel con el ícono de café, es decir, “¡comida!”. Nos detuvimos en la Wangan Makuhari Parking Area, donde tuvimos nuestro primer encuentro con los ansiados sofutokurīmu (‘soft cream’), equivalente a nuestros “helados de máquina” en Chile. Además de poder comer algo que nos mantuviera con energía los 114 km que nos faltaban hasta Oarai.

Avanzamos varios kilómetros más por la Ruta E51 hacia el noreste. Cruzamos el puente Yodauragawa sobre el río Tone, el segundo más largo de Japón y el que vimos desde el avión al aterrizar. Luego el puente Hitachitonegawa sobre el río Hitachitone.
Llegamos a la Michi-no-Eki Itako. Nuestra primera michi no eki, las que serían una parte vital de todo nuestro viaje en moto.
Estos lugares son un área de descanso ubicados en caminos y autopistas de Japón. Donde además de poder detenerse un rato, promueven el turismo local y el comercio de productos de la zona. Se puede estacionar las 24h del día, hay baños públicos (impecables) y otras cosas. Según su sitio web, existen 1221 a lo largo de todo Japón.

Aquí vimos un carro vendiendo té frío con tapioca. Ya que es una de nuestras bebidas favoritas, nos refrescamos con un par.

El sol casi se iba y aún nos faltaban casi 50 km, los que tomarían 1 hora según Maps. Cruzamos el puente Shin-Jingu, sobre el río Wani, y nos dirigimos ahora hacia el norte. La Ruta 18 bordeaba el lago Kitaura, donde vimos muchos campos a los costados de la ruta. También lo ue parecían ser casas sin habitantes.
Al llegar a Hokota y cambiar a la Ruta 114, ya de noche, veía que Maps lentamente alejaba de nosotros la hora estimada de llegada. Mi ansiedad aumentaba, ya que solicitaban llegar a las 17:30 para embarcar vehículos y ya estábamos pasados. Sólo quedaba avanzar con calma y no compensar con velocidad.
Llegamos sin problema al muelle, donde tenían una fantástica maqueta del Sun Flower Ferry. Aquí nos separamos para embarcar, ya que sólo podía ir el piloto con una moto. Fui al área de motociclistas y me animó mucho ver una docena de motos de distintos estilos esperando su embarque. He leído varias veces que Hokkaido es considerado el paraíso para andar en moto.




Nuestros pasajes (¥12.330 por persona y ¥13.000 la moto, $78.000 y $82.000 CLP, respectivamente) nos dieron acceso a la ‘comfort cabin’, que consistía en una sala con 32 camas con sus cortinas. Algunos de los motociclistas japoneses viajaban en la misma sala y casi la mitad de las camas estaban desocupadas.

El ferry comenzó a moverse y salimos a la cubierta, donde la oscuridad del mar envolvía la embarcación. Corría viento y el cielo no tenía estrellas. El mapa del tiempo mostraba una prometedora área con tormenta eléctrica en la mitad del trayecto.
Fue en medio de esto que recibí un mensaje inesperado en mi teléfono. Mi amigo Max me dio una terrible noticia que me causó una gran tristeza: acababan de robar su moto. La Honda XR250 Tornado. Mi anterior Gilrain. Sentí mucha pena, me acosté pensando en los 7 años de aventuras que viví con esa moto, ahora en manos de algún maldito.
El oleaje mecía el ferry de un lado a otro. Este largo y agotador día había acabado. Sería un viaje de 18 horas y 750 km hasta Tomakomai, nuestra entrada a la isla norte de Hokkaido. El inicio de una fría aventura, pintada con una paleta de amarillo, naranjo y rojo.
つづく



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