Esta es la tercera parte de la aventura en Japón.
Prefacio
Recorrimos un largo camino desde Tokyo hasta Teshikaga, 745 km en ferry y 809 km en moto, y ahora nos encontrábamos en el extremo final de nuestra ruta en Hokkaido, era el momento de iniciar el retorno hacia Sapporo.
Todavía teníamos dos semanas por delante y el trazado en nuestro mapa nos guiaría luego de vuelta a la isla de Honshu, desembarcando cerca de Osaka esta vez para cruzar las montañas rumbo a Tokyo.
Lamentablemente la tinta con la que trazamos no era a prueba de agua, y los pronósticos de lluvias tanto en Hokkaido como Honshu llevaron a cambiar el trazado nuevamente.
En esta tercera parte, la ruta nos llevará de vuelta hacia el oeste, repasando parcialmente nuestro camino para llegar a Sapporo, donde establecimos nuestra nueva base para evitar los días de lluvia. Desde aquí pudimos movernos cerca de la capital de Hokkaido, conociendo distintos lugares antes de embarcarnos de regreso a Tokyo.
Visitamos un par de museos. Nos permitió aprender de la historia de Ezochi, desde las culturas paleolíticas hasta el pueblo Ainu, los habitantes nativos de la isla antes de ser colonizada por los japoneses y ser renombrada Hokkaido, hace apenas 150 años. Es por esto que decidí guardar para esta tercera parte del viaje la “sección cultural”, compartiendo parte de lo que aprendimos.
26-oct. [Teshikaga – Obihiro]
183 km
Una fría mañana y un cielo despejado en Teshikaga. Sería lo más cerca que llegaríamos al Parque Nacional Shiretoko, a los osos y al shimafukurō. Desayunamos nuestros onigiri en la terraza del hostel, disfrutando del frío y siendo espectadores de una pelea aérea entre dos cuervos. Desafiamos las leyes de la física con nuestras pequeñas maletas otra vez y bajamos a la moto.

Antes de volver hacia el sur por el mismo camino que llegamos 12 horas antes, elegimos ir por un segundo desayuno (o a hacer más completo el primero) a la Michi-no-Eki Mashu Onsen, que estaba a menos de 5 minutos del hospedaje.

En esta Michi-no-Eki habían hartas cosas que llamaron nuestra atención, comenzando por un bello vitral con cisnes.

En una sala había una exhibición de fotografías de naturaleza de Hokkaido: increíbles paisajes en las cuatro estaciones del año, fauna preciosamente retratada y flores coloridas en las praderas montañosas. Ver todas esas fotos fue una experiencia que llenó mi interior de deseos de volver y poder ver aquello que no podríamos ahora. ¿Cuánto tiempo sería necesario?
Desayunamos unos ricos pastelitos de aronia y un jugo de uva, también tuve que aprovechar la oportunidad de otro helado, esta vez era de sakura mochi (¡coronado el helado más rico de todo el viaje!).

Antes de irnos vi algo que pasé por alto al entrar, una pintura tradicional de una pareja de shimafukurō junto a sus polluelos y la luna. Me atrapó. Me quedé frente a ella y mientras miraba sus rostros empecé a llorar. “¿Por qué?”. Traté de buscar una razón, pero no pude. Hice un repaso de lo que sentía, pero eran muchas cosas contrapuestas, que simplemente se expresaron así. Hoy sólo me queda recordar que ese es el poder del arte en sus distintas formas.
P. D.:
Un año más tarde aprendería una palabra que existe en japonés que expresa lo que escribí sobre aquel momento y no pude describir: yūgen.

Acompañando a la primera pintura habían otras dos que retrataban coloridamente la belleza de este tremendo búho pescador, en peligro de extinción.


Cuando volvimos a la moto, vi que una Kawasaki D-Tracker X 250 se había estacionado junto a nuestra V-Strom, y mientras nos poníamos nuestro equipo vi al hombre japonés de unos 50 años que andaba en ella. Al principio no noté nada particular, pero pronto vi que la manga derecha de su chaqueta estaba vacía. Rápidamente me fijé que su manubrio sólo tenía protección para el frío para la mano izquierda. Quedé asombrado durante el resto del día, por su resiliencia y su habilidad para seguir andando en moto.
Regresamos hacia el sur por la Ruta 53 disfrutando del paisaje, ahora que el sol nos permitía ver de un horizonte al otro. La idea era visitar Tsurumidai para poder ver mejor a los tanchō que sólo logramos ver en la penumbra la tarde anterior. Mientras nos acercábamos aparecieron algunos grupos de grullas a los costados de la ruta, bastante cerca, pero no tenía mucho espacio donde estacionarme, lo lamentaría luego. Lo lamentaría el resto del viaje. Porque cuando llegamos a Tsurumidai la única silueta similar a las magníficas grullas era su monumento.


Sección cultural:
Este monumento cuenta parte de la historia de la especie, reverenciada por el pueblo Ainu como Sarurun Kamuy, ‘la deidad del pantano’. Esta preciosa ave fue cazada brutalmente y considerada extinta en Japón en 1910, sin embargo, en 1924 se encontraron 20 individuos que sobrevivieron en lo profundo del pantano, el Kushiro Marsh. Se establecieron planes de protección en conjunto con la población local, además de la creación del Parque Nacional Kushiro Shitsugen, siendo uno de los más exitosos planes de recuperación de una especie en el país. Hoy la especie es un monumento natural de Japón, con una población que ronda los 1.500 individuos y que, durante los inviernos, realiza sus hermosos bailes de cortejo bajo la nieve. Regresando del borde del abismo de la extinción.

Me dio tristeza no haberme detenido unos kilómetros atrás para contemplarlas de cerca, pensaba que había sido mi última oportunidad de verlas y sólo pasé sin parar. Supongo que la mayor parte de las cosas de la vida funcionan así. Mientras pensaba en esto, tres tanchō aparecieron sobre nosotros vocalizando mientras volaban, así que quise considerarlo una pequeña despedida. Pensar que sólo quedaban 20…
Visitamos uno de los accesos del tremendo humedal antes de seguir a Obihiro, el Kushiro Marsh Observatory. Me sentía decaído al ver que nuestra visita a uno de los lugares más destacados para ver aves sería apresurada y breve, mientras la amenaza del frío cuando se pusiera el sol le otorgaba sonido al segundero de mi cabeza.
Me esforcé en cambiar mi actitud, no podría disfrutar nada pensando así y debía recordar la gratitud de poder estar ahí. Logré encender un nuevo ánimo que me permitió volver a avanzar con energía para recorrer el sendero. Era un mundo de color naranjo donde decenas de hojas caían con cada soplo del viento, aunque en extremo silencioso, intensificando la sensación de otoño y de pocas aves.


ゴジュウカラ | gojūkara

コゲラ | kogera
Necesito poder regresar a estos lugares. Son preciosos y me encantaría verlos en las distintas épocas del año. ¿Cuándo será la próxima vez que venga? Ver las grullas bajo la nieve en invierno o los cerezos floreciendo en primavera. Escuchar las cigarras en verano o las hojas naranjas cayendo otra vez en otoño. ¿Habrá una próxima vez? Ante todas estas preguntas sin respuesta sólo me queda grabar fuertemente en mi memoria lo que estoy viviendo ahora, además de hacer más valiosa mi libreta en la que he escrito todo el viaje.

Al encender la moto ya teníamos claro que llegaríamos a Obihiro de noche, pero intentamos parar lo menos posible para que no fuera tan de noche. Desde Kushiro tomamos la Ruta 222, que cruzaba más praderas ganaderas, para luego cambiar a la Ruta E38, donde tomamos mayor velocidad.
Corría bastante viento y los termómetros de la autopista indicaban 15ºC, aunque mientras cruzábamos los 17 (¡17!) túneles entre Akan y Urahoro cada termómetro indicaba un poco menos que el anterior. Cargaba en mi mente con el peso de saber que Feru pasaba frío, también en mi espalda, literalmente, ya que yo era la única barrera contra el viento. Cuando llevábamos 75 km de autopista apareció por fin un lugar donde parar, la Osarushi Parking Area.

Vi a Feru, o lo que quedaba de ella, congelada, y una vez más sentí angustia por terminar siempre llegando a los lugares de noche, con un sol que nos abandonaba a las 16:20. Conseguimos un par de latas de café caliente mejorar la situación un poco, además de calentar nuestras las manos.
Cuando faltaba poco para salir de la Ruta E38 y llegar a Obihiro, noté que la luz de la reserva estaba parpadeando. ¡Oh no! “¿Empezó recién o lleva un rato? ¿Cuánta distancia cubre la reserva de la V-Strom? ¿Alcanzaremos a llegar?” El frío subrayaba estas preguntas en mi mente.
A la entrada de Obihiro estaba la Michi-no-Eki Otofuke, aquí pudimos reponernos un poco, recuperar calor y comer algunas cosas, había sido otro día sin poder almorzar. Cubrimos la corta distancia hasta la Kunaw House y nuestra primera acción, luego de dejar las pesadas botas en la entrada, fue encender la calefacción.
Hicimos una visita rápida al konbini para tener el desayuno del día siguiente y poder partir temprano. Nos tocaba regresar a Sapporo. Y hacía unos días el pronóstico del tiempo había anunciado que sería de los días más fríos de octubre.

27-oct. [Obihiro – Sapporo]
204 km
El principal motivo para darle la espalda a Shiretoko fue el frío, también la falta de tiempo, además que desde hace algunos días sabíamos que hoy, domingo, se pronosticaba una máxima de 10ºC en la zona central de Hokkaido. Y hoy teníamos que cruzar de vuelta las montañas Hidaka. Estaba particularmente preocupado por Feru y su poca resistencia al frío, quien ya había sufrido bastante la noche anterior.
Partimos a las 10:00 desde la Kunaw House rumbo al 7-Eleven cercano para abastecernos de parches de calor, con los que parcharíamos (jejeje, brillante) parte del problema del frío. Llené también el estanque de la moto, esta vez en un autoservicio, así que fue un buen logro.

La Ruta Nacional 38, la misma que días antes tomamos para salir hacia el este, ahora nos sacaba hacia el oeste. Era el día más gris y nublado en que nos tocó salir en moto, además del más frío. Recordaba esos días de invierno en Santiago cuando no quieres salir a ningún lado por el frío, y aquí estábamos, recién iniciando una larga ruta. Aunque esta vez no tomaríamos la ruta express.
Un breve tramo por la Ruta 55 para luego incorporarnos a la Ruta Nacional 274. No sabíamos lo que nos esperaba. Pero primero una detención en la estación Shimizu para mantener el espíritu en alto con un cafecito caliente.

Estábamos comenzando a subir el paso de Nisshō. Los perfiles de las montañas estaban coronados por árboles, en su mayoría sin hojas, cuyos perfiles se perdían entre las nubes bajas. La vista hacia el valle de Tokachi estaba completamente cubierta de nubes. Llegamos al punto más alto de la ruta, a 1.022 m, y luego comenzó el descenso. También los túneles.

Lo que vimos durante los próximos 20 kilómetros fue una escena hermosa, solitaria y fría. El naranjo de los árboles se desaturaba con las nubes, los troncos perdían contraste. El paisaje más maravilloso y perfecto que haya recorrido en moto nos rodeó a ambos costados. El río Saru descendía junto a la ruta, apareciendo y desapareciendo en el bosque, para luego serpentear bajo la ruta misma, alterándose entre nuestra derecha e izquierda. Otros ríos tributarios llegaban desde cada microcuenca, entregando sus aguas al Saru y haciendo que creciera a lo largo de la bajada.
Habían pocos lugares donde detenerse o aparecían de forma muy abrupta. Iba maravillado y congelado. En parte el frío también me empujaba a seguir, mientras veía el paisaje precioso moverse a mi lado. Como ir en un tren que sabes que no se detendrá.
Pensaba en que si pudiera, me gustaría conocer cada rincón de esas montañas. Una vida no sería suficiente y jamás podré conocerlo todo. Era un poco triste pensar en eso, pero al mismo tiempo me sentía agradecido de tener la oportunidad de verlo, respirarlo y sentirlo. Toda la maravilla moviéndose tan rápido, quedando atrás, sin usar los frenos, sin estirar mi mano y tocarla. ¡Por favor, graba estos recuerdos! Necesito quemar este paisaje en mis retinas y guardarlos cerca de mi corazón hasta el final.
Que lindo camino el que justo encontramos cuando nos vamos de Hokkaido.
Más abajo, lamentablemente, el paisaje comenzó a cambiar. La vista se abrió y aparecieron campos, al igual que casas abandonadas (‘akiya’). Estas akiya mostraban el estilo de hace un siglo, al igual que lo que el paso del tiempo y los duros inviernos pueden hacer.
Llegamos a la Michi-no-Eki Hidaka. Apagué el motor y mi vista estaba fija en un punto lejano e invisible, intentando repasar otra vez lo que acabábamos de ver. “Eso fue hermoso. Fue el camino más hermoso”. No tenía más palabras que lo describieran.

Habían varias motos aquí. Cuatro Kawasaki, entre ellas una increíble Ninja GPZ de los 80s, también una Yamaha Niken (la de dos ruedas delanteras). Al parecer la Ruta Nacional 274 era donde se concentraban los motociclistas en esta parte de Hokkaido, luego de ver apenas un par en los días anteriores.



Lamentaría muchísimo no haberme detenido aunque significara más frío. No haber sabido de la Ruta Nacional 274 antes, de otra forma habría ordenado nuestra ruta e itinerario para pasar como corresponde por aquí.
El resto del camino, si bien precioso y vestido del mismo color, era menos salvaje y mostraba más señales de intervención. Cruzamos túneles, puentes y un embalse. Siempre tratando de mirar hacia los árboles en busca de algún ave grande, un ciervo o un improbable oso. El cielo se empezó a volver más oscuro y nubes pesadas aparecieron, causando un poco de preocupación ya que el frío se había vuelto más tolerable. Este día podría empeorar si nos pillaba la lluvia antes de llegar a Sapporo.

Llegamos a la ciudad Yubari, donde la Michi-no-Eki Yubari Merodo nos presentó la especialidad del lugar: el melón Yūbari. Habían muchas cosas de melón, entre ellas helado, así que tuve que dejar el frío de lado un rato.


Salimos de las montañas hacia el valle, el sol acababa de ponerse cuando llegamos a la Michi-no-Eki Maoi no Oka, nos quedaban apenas 20 km para llegar al hotel de Sapporo. Aprovechamos un último cafecito y recorrimos el último tramo de noche.

Luego de 8 horas desde nuestra partida en Obihiro llegamos al La’gent Stay. ¡Lo logramos! Llegué decidido a explorar esa máquina de café en la recepción y fue lo que hicimos, pudiendo sentarnos a tomar un par de vasos y disfrutar de permanecer inmóviles. Un ramen en el Manji Shiyuya nos devolvería la vida y calor al cuerpo.


La parte inicial de esta loca ruta en Hokkaido estaba cerrada. Ahora a descansar y nunca olvidar lo que se recorrió. ¡Ni la Ruta Nacional 274!
28-oct. [Sapporo, Otaru]
Abrir la cortina y ver que Sapporo estaba gris bajo la lluvia fue un alivio, ya que las nubes nos permitieron llegar a refugiarnos antes de descargarse. En la recepción nos ofrecieron paraguas y salimos para descubrir que también corría bastante viento.

Hoy sería nuestro último día en Hokkaido para pasear, ya que el plan era partir mañana martes de vuelta a Honshu. Nuestra idea para el día era viajar a Otaru en tren, ya que apenas unas semanas atrás encontré, por pura casualidad, que existe el Museo Orgel de cajas musicales e inmediatamente llamó nuestra atención. A las 10:40 estábamos en la estación Shin-Sapporo, esperando el tren y viendo la lluvia caer entre los andenes.

El tramo final antes de llegar a Otaru nos sorprendió, cuando repentinamente el tren ahora iba a pocos metros de la orilla del mar.

A apenas unas cuadras de la estación Minami-Otaru estaba el Museo Orgel, el cual hizo sonar su reloj de vapor justo cuando llegamos, marcando el mediodía. El primer piso era principalmente una tienda con cientos de cajas musicales de distintos tipos y diseños, mientras que el segundo piso era la sección museo, con modelos antiquísimos y preciosos.



Al salir del museo vi algo terrible: el Hello Kitty Cafe. Inmediatamente tuve una visión de dónde terminaría en 10 minutos si Feru lo veía. Y justamente así fue. Feru lo vio y 10 minutos después estaba sentado frente a mi plato de carbonara y un café helado de Hello Kitty.



Caminamos por la calle principal de la ciudad. Otaru es una ciudad portuaria, tiene muchos edificios históricos y sus característicos canales. A pesar de que el museo nos dió una idea, no teníamos idea de que Otaru era, además, una ciudad bastante turística, pero al avanzar por la calle principal fuimos entendiendo el motivo. Era un lugar muy bonito realmente. Entre los turistas una proporción importante correspondían a gente de China.

Había una tienda de Snoopy que nos llamó inmediatamente la atención y aprovechamos de visitar.



A las 16:00 llegamos al borde del canal, tenía una vista preciosa y eso hacía que fuera un lugar con muchos turistas tomándose fotos con lo que podríamos llamar una de las postales de Otaru. El termómetro del lugar indicaba 9,7ºC, y, si bien no llovía harto, caían gotas importantes para justificar paraguas, los que eran invertidos por el viento a ratos. Aunque todo esto no se interpuso entre mí y un helado con salsa de frutilla, jeje.


Sin dudas, Otaru es una ciudad preciosa y encantadora, pero no sólo eso la pone en el mapa y la hace famosa. La película Love Letter (1995), del director Shunji Iwai, fue grabada en un Otaru cubierto de nieve y fue bastante popular en Japón y países vecinos. Aunque todo esto lo descubrimos luego de nuestra visita. [De hecho, pocos días antes de publicar esto la pude ver. ¡Es una linda película!]


Caminamos de vuelta hacia la estación por la calle principal, ya de noche, y encontramos otro par de cosas interesantes. Una de ellas era de esas cosas que harían que cualquier latino tenga un momento de triunfo: un trozo de melón en ¥1.500 ($9.500 CLP).

¿Vendrán de Yubari estos melones?


Llegamos al frontis del Museo Orgel justo cuando comenzó a sonar el reloj de vapor y las campanas de las 18:00, despidiéndonos al igual que cuando nos recibieron en la mañana. Fue una linda coincidencia.
Feru quedó enamorada de Otaru, la que sin duda es una ciudad hermosa y que encontramos de pura casualidad. El tren nos llevó de vuelta a Sapporo, cansados luego de caminar todo el día. Fuimos por un merecido ramen a Manji Shiyuya y volvimos al hotel bajo la lluvia.

“¿Y ahora qué?” La pregunta volvió a aparecer, proyectando una sombra de incertidumbre en mi cabeza. Esta sería nuestra última noche en Hokkaido, ya que mañana martes, según el plan, partiríamos en el ferry hacia Maizuru o Tsuruga, ambos lugares cerca de Kyoto. Desde allí haríamos otra larga ruta de vuelta a Tokyo durante una semana.
El problema estaba en los pronósticos, que anunciaban fuertes lluvias para los próximos días, por lo que al desembarcar en Honshu tendríamos que refugiarnos inmediatamente un par de días en Nara o Shirakawa. Y luego venía más lluvia el sábado… El ferry tenía que reservarse hoy y en mi mente se proyectaba una decena de escenarios al mismo tiempo. “¿Y ahora qué?”
Hablamos sobre la situación y, una vez más, elegimos dejar fuera de la ruta lugares que queríamos poder visitar. No iríamos a Nara, tampoco a Shirakawa, incluso quedaba fuera llegar en moto al monte Fuji. Fue parte de la incertidumbre con la que aceptamos viajar al momento de subirnos a una moto, restringiendo nuestro movimiento si se largaba a llover.
Extenderíamos nuestra estadía en Sapporo hasta el sábado. A pesar de este súbito corte en la segunda mitad de nuestra ruta, desde hace unos días (Kushiro) me establecí la idea de “si lo pasamos bien, no es tiempo perdido”, siendo particularmente cierto en los días sencillos, cuando caminar mucho y visitar pocos lugares es el panorama.
Así fue como nuestra aventura en moto por Japón fue principalmente en Hokkaido. ¡Ahora a buscar cosas que hacer!
29-oct. [Sapporo]
Hoy teníamos que ejecutar tres tareas para extender exitosamente la estadía en Sapporo: alargar la estadía en el hotel que estábamos, asegurarnos inmediatamente con el hotel de Tokyo y, finalmente, enviarnos por correo una cajita a Tokyo con los pequeños tesoros del viaje, que apenas entraban en nuestras ya comprometidas maletas de la moto (aunque sólo un 20% de eso era mío).
El panorama del día sería caminar hacia Japan Post y luego a algo que quería visitar muchísimo: el Museo de Hokkaido, en Sapporo.
En Japan Post nos atendió un hombre mayor con excelente disposición. Al igual que en interacciones anteriores, le sorprendió que viajaramos en moto y venir desde tan lejos. Usamos traductores el 90% de la conversación, logramos mandar una caja con mi nombre del yo en Sapporo para el futuro yo en Tokyo, y se despidió diciendo “muchas gracias”, siendo ahora el segundo japonés que nos decía algo en español.
El camino hacia el museo, en el borde poniente del bosque Nopporo, era muy lindo. Frío y con árboles rojos, naranjos y amarillos.



Compramos las entradas para el museo y para visitar la villa histórica, con la percepción de la realidad completamente alterada, pensando que en 3 horas podríamos alcanzar a ver ambas cosas… No contábamos con que el museo tenía una dimensión temporal propia.
Prologue: Meeting of the North and South
Lo primero que vimos apenas entramos fue un impresionante mamut. Nunca había visto uno en vivo, por lo que su tamaño fue un asombro.


Theme 1: Hokkaido’s Tale of 1.2 Million Years
El museo estaba ordenado de tal manera que al recorrerlo uno podía realizar un viaje temporal por distintas eras. Partiendo por el tiempo de los gonfoterios y las primeras culturas paleolíticas, para luego exhibir elementos de la cultura Jōmon. Ver la progresión de las herramientas y accesorios de piedra a lo largo del tiempo era fantástico.


Los Jōmon existieron en Hokkaido desde el 14.500 a. C. hasta hace unos 2.000 años atrás, caracterizándose, entre otras cosas, por su uso de loza de barro. Eventualmente comenzaron a formar asentamientos y, durante la segunda mitad de su periodo cultural, crearon sitios de entierros masivos. Es aquí donde aparecieron figuras de barro y otros elementos asociados a rezos y festivales.




Hace unos 2.000 años, la cultura Jōmon termina y da paso a otras como las culturas Zoku-Jōmon y Satsumon, mientras las herramientas de metal comenzaron a utilizarse. En este periodo, además, desde el mar del norte llegó gente de una cultura muy diferente, la cultura Okhotsk, llamados “gente del mar”. Las primeras dos culturas tenían gran conexión con Honshu al sur, mientras que la última se conectaba con Sakhalin al norte.
Al final de la cultura Satsumon, la gente Wajin (japoneses de Honshu) llamaba a los residentes de Hokkaido “Ezo”, los que serían los ancestros del pueblo Ainu. Esta cultura se extendió entre los siglos XIII y XIX. Su interacción con los Wajin que migraban por el sur de Ezochi y las prácticas comerciales abusivas de estos últimos llevaron a conflictos y a caer bajo el control del clan Matsumae y el shogunato Tokugawa desde Honshu. Estos conflictos y el contacto con Rusia motivó al gobierno de Edo a tomar control de Ezochi y dominar al pueblo Ainu.


En 1869, el nuevo gobierno Meiji instaló el Kaitakushi (llamada Comisión de Desarrollo de Hokkaido), cambiando el nombre de Ezochi a Hokkaido. Comenzó una época de gran desarrollo en la isla, además de la colonización por parte de residentes de Honshu. Mientras esto ocurría, los Ainu enfrentaron grandes dificultades. Sus tradiciones y su estilo de vida fueron prohibidos y denominados “barbáricos”, haciendo que actividades como la cacería y la pesca fueran eliminadas. Implemendo políticas para adaptar a los Ainu a la cultura japonesa, cambiando sus ropas, sus peinados, incluso sus nombres.
La “civilización” y supresión de sus costumbres. Ver fotos de gente Ainu con ropa que no era la propia, impuesta por el recién llegado, me generó la misma reacción de profunda tristeza que aquellas fotos de pueblos originarios de Chile sometidos a lo mismo. Ahora civilizados. Ahora extintos. Un fragmento más de una historia universal que se repite.
Sorpresivamente apareció un tanchō, esta vez junto al águila más grande del mundo. Ver ese individuo ahí, inmóvil frente a mí, me llevó a pensar nuevamente en la posibilidad de haber estado viendo al último ejemplar antes de su extinción. La fragilidad de la vida. Ecos de cada vez que se informa la extinción de una especie en algún lugar del mundo. Ecos de historias del último individuo de una especie, esperando su muerte. Ecos del canto Kauai Oo… Maldición, no esperaba llorar en un museo.

Sentí gratitud de que, a pesar de haberlos visto fugazmente y tener fotos malas, los tanchō siguen llegando a alimentarse y a realizar sus cortejos bajo la nieve. Escapando del borde del abismo del que la mayoría no regresa.
Me encanta el sentimiento que generan museos así. Poder ampliar vastamente la pespectiva de nuestra vida, vernos como parte de una historia tremendamente larga, a la vez que nos recuerda la fragilidad de la existencia y que todo puede desaparecer. Fue como volver a estar en la calma del bosque Nopporo.
Theme 2: The Culture and Recent History of the Ainu
“¿Qué hora es?” Ese fue el momento en que confirmamos que el museo nos había atrapado. Habían pasado casi 3 horas y el museo estaba a 20 minutos del cierre. ¡Y todavía nos faltaba todo el segundo piso! Así que, de forma homóloga al volumen del relato y su cantidad de detalles de los últimos párrafos, estas siguientes secciones fueron, lamentablemente, apresuradas y breves.




Theme 3: The Secret of Hokkaido’s Unique Identity
Subimos para ver lo que más alcanzáramos antes del cierre. Arriba estaba la parte más moderna de la historia, que nos recibió con un enorme mapa de Hokkaido al inicios del siglo XX, donde nos entretuvimos haciendo un repaso de nuestro recorrido, al tiempo que veíamos todo lo que nos faltó.

Esta sección presentaba el estilo de vida en Hokkaido, desde su interacción con la naturaleza y las estaciones, hasta la formación de su identidad propia. Elementos como la agricultura, los productos locales, el tren (¡muy bien ambientado!), la minería, así como también escenas de deforestación y de expansión urbana.

Theme 4: Towards Our Time
En los últimos cien años han ocurrido guerras y grandes cambios en la forma de vida y la relación con la naturaleza, entrando a un periodo de gran crecimiento económico. Vimos máquinas de coser, tocadiscos, cámaras fotográficas, electrodomésticos de cuando llegó la electricidad, una antigua motoped Honda People y un pequeño auto Toyota Publica, entre otras muchas cosas.


En 1946 habían 5.627 autos en Hokkaido, para 1961 el número alcanzaba los 10.000, y en 1962 pasaban los 200.000.
Theme 5: The Ecosystems of Hokkaido
Justo cuando quedaban 5 minutos para el cierre, entramos en la sección de naturaleza. La que, personalmente, es la parte más entretenida y que más me gusta. ¡Nooo!



Al salir le comenté a las de la recepción lo maravillosa que había sido la exhibición de todo, y que lamentablemente no alcanzamos a visitar la villa, a lo que contestaron que la entrada servía para otro día. ¡Excelente!
El regreso al hotel fue largo y frío, caminando como es usual, aunque la máquina de café de la recepción nos esperaba.
30-oct. [Sapporo]
Un rutinario paso por la máquina de café y salimos a la aventura del día.

Como parte de nuestra extensión de tiempo en Sapporo, buscamos algún buen lugar para ver ardillas y pajarear, por lo que una ayuda de iNaturalist e eBird la noche anterior nos llevaron al parque Maruyama, en el centro de Sapporo. Salimos de la estación Maruyama Koen a las 11:00, donde además encontramos una auspiciosa estampa, seguida de otra en la entrada del parque.


El parque lucía muy lindo con los colores que nos han acompañado en Hokkaido, casi como una pintura.



En el Estanque Kaminoike habían patos, y no cualquier pato, sino que uno de los patos más hermosos del mundo: el Mandarin Duck (Aix galericulata), una de las especies que más queríamos ver en este viaje. Les pude tomar muchas fotos, nadando en otoño líquido.

オシドリ | oshidori

オシドリ | oshidori
Los patos pasaron a segundo plano en el momento que una ardilla roja, ezorisu, apareció cerca de nosotros, buscando con urgencia bellotas enterradas entre las hojas del suelo. Ver a una ardilla con binoculares, haciendo sus cosas de ardilla, resulta realmente entretenido. Entre escarbar el suelo, congelarse, luego seguir escarbando y asomarse con un sombrero de hojitas para mirar atentamente alrededor, para entonces correr velozmente a repetir el proceso en otro punto.

エゾリス | ezorisu

エゾリス | ezorisu

エゾリス | ezorisu
Visitamos el santuario Hokkaido, el que, al igual que los otros que hemos podido visitar, tenía una construcción preciosa y aire cautivador. Había niños y niñas con sus yukata, mientras sus padres lucían felices y orgullosos mientras los fotografiaban junto al templo. Posiblemente había alguna celebración. Pudimos conseguir una nueva estampa goshuin.

Antes de irnos pasamos a una pequeña casa de té cercana al templo, donde tenían té, helados sofutokurīmu y deliciosos dulces. El lugar era atendido por jóvenes mujeres del templo y el ambiente era tranquilo. No sabíamos que una amenaza estaba apunto de ejercer presión con su presencia tan cerca de un lugar sagrado: los cuervos.


ハシブトガラス | hashibutogarasu

ハシブトガラス | hashibutogarasu

Creo que luego de los perros come-motos, esta es la segunda vez que puedo sentir intimidación por alguna especie de fauna. Al menos 5 cuervos rodeándote. El más cercano en un árbol a un metro y a la altura de tus ojos, mientras otro salta sobre la mesa y mira tu comida y cruza su mirada con la tuya. Mientras miras al de la mesa, otro pasa volando sobre ti. Posiblemente todos los que comíamos ahí temíamos un asalto.

Nos fuimos caminando al centro de Sapporo, aprovechando de conocer y disfrutar de la agradable luz de la tarde.

También queríamos aprovechar de mirar un Pokémon Center que no quedaba lejos de donde estábamos. Allí había una linda colección de navidad y mucha menos gente que en Shibuya, así que fue una experiencia relajante y alegre.

Nuestra calidad de vida mejoraba, ya que ahora en la habitación del hotel teníamos nuestro propio konbini en el refrigerador.

31-oct. [Sapporo, Otaru]
Jueves de Halloween. En Japón es un celebración muy popular y se ve la decoración en todos lados. Hoy el día partió de forma similar al martes, ya que partimos nuevamente a la oficina de Japan Post para mandar una segunda caja hacia Tokyo. Luego de eso nos volvimos a subir al tren.

Queríamos recorrer más de Otaru. Era una ciudad preciosa y nos quedaron ganas de seguir caminando, además de que quería aprovechar de pajarear en la costa y ver qué podía aparecer. Al llegar a la estación caminamos brevemente para ver un detallito que se nos pasó el otro día: la “Poké-tapa” de Otaru. Como mencionaba anteriormente, las tapas de alcantarillado en Japón tienen muchísimos diseños distintos, y desde el 2018 comenzaron a instalarse cientos de tapas con arte de Pokémon a lo largo del país con la finalidad de fomentar el turismo en rincones menos concurridos.

Partimos desde el punto en que habíamos quedado la vez pasada, disfrutando ahora del lugar bajo otra luz y sin paraguas, lo que hacía que hubieran más turistas también.

A orillas del canal había una gaviota que llamaba la atención de quienes pasaban, incluso varios intentaban acercarse a tomarse selfies con ella. Al mirarla con detención noté que tenía un anillo en la pata, por lo que debe ser parte de algún estudio poblacional. También había un curioso cuervo que revisaba si alguien había dejado un resto de comida en las bancas.

ウミネコ | umineko

ハシボソガラス | hashibosogarasu
Bastó alejarnos siguiendo el mismo canal hacia el norte para que las calles se volvieran desiertas. Habían varios edificios más que lucían llamativos.

Compramos algo de comer en el konbini Lawson y comimos en el parque Ironai Futo junto al mar, notando que estábamos ahora frente a las costas del Mar de Japón, y en el horizonte se veían las montañas Shokanbetsudake.
Otro museo se cruzó en nuestro camino, el Museo de Historia y Naturaleza de Otaru. Aquí vimos escenas y secciones similares al Museo de Hokkaido de dos días atrás, con la historia de los Ainu, la colonización de Ezochi y los primeros asentamientos en Otaru.


Resultó conmovedor ver a un pequeño perro llamado Bunkō, un perro del cuerpo de bomberos de Otaru. Había un recorte de diario de 1923 donde figuraba su foto. Era el primero en subir al carro bomba, mantenía lejos a los curiosos y desenredaba mangueras. Era un ídolo en Otaru y era muy querido por los habitantes. Murió por su edad el 3 de febrero de 1938. Recibió un funeral de bombero y los ciudadanos le dieron algunos de sus dulces favoritos como tributo.


“En reconocimiento a sus logros como miembro especial del Cuerpo de Bomberos de Otaru, construyendo fuertes lazos entre humanos y animales (…)”
Pudimos ver representaciones de casas y tiendas antiguas. ¡Incluso pudimos hablar por un teléfono a cuerda entre dos extremos de una sala! Esta vez logramos ver con tiempo y calma el área de naturaleza, que también tenía una muestra preciosa.



En nuestro camino de vuelta pasamos cerca del canal turístico, donde el termómetro marcaba unos agradables 14,1ºC. Pasamos por fuera de otros edificios patrimoniales a medida que nos acercábamos a la estación del tren.

Tuve la oportunidad de probar un increíble helado de matcha y warabimochi en la tienda SA WA WA, que ganó el segundo lugar de los mejores helados del viaje.

Esperamos el par de minutos que nos separaban de las 18:00 para poder ver el reloj de vapor en acción junto a las campanas, despidiéndonos así de Otaru.

Pero Otaru no nos dejaría partir como esperábamos. Al entrar a la estación Minami-Otaru, escuchamos un mensaje en japonés que anunciaba algo malo, seguido de su traducción al inglés: “the Rapid Airport train is delayed due to a fatal accident”. Estuvimos cerca de una hora esperando, tiempo en el que me preguntaba si habría sido una persona que decidió terminar con su vida o si la vida decidió por ella.
[El 23 de enero de 2025, una noticia anunciaba que una turista de Hong Kong fue atropellada por un tren en Otaru, mientras tomaba fotos en las vías. La ciudad ha visto un aumento en los problemas asociados al turismo y los malos hábitos, sumándose a tantas otras a lo largo de Japón.]
Llegamos a la estación Shin-Sapporo tarde y hambrientos, como es usual. Aquí fue cuando se cumplieron todas las condiciones para que un evento clave ocurriera. Mientras la gente iba y venía alrededor nuestro en la estación, una anciana japonesa se nos acercó y nos dijo (dentro de lo que logramos entender) que el local de comida que estábamos viendo no era muy bueno, además de algo caro. Nos recomendó muchísimo un ramen de la misma estación, su favorito, mencionando que tenían buenos precios y porciones grandes. Así terminamos en el Ryū Ryū Ramen, felices del encuentro y haber encontrado un lugar así. Bromeamos que tal vez es la jefa del lugar y que la veríamos afuera trayendo a más personas, lo que le quitaría la magia al encuentro fortuito.

Lo que no sabíamos es que al salir volveríamos encontrarla al poco caminar. Nos preguntó por el ramen, para luego hablar con nosotros un rato, un muy buen rato (30 minutos). Era muy amable, hablaba veloz y enérgicamente, además de reir afectivamente. Me miró hacia arriba sonriendo y dio una suave palmada en mi estómago y tanto ella como Feru reían de forma amistosa. “Dice que tienes que comer bien porque eres muy alto”. Estoy de acuerdo con eso, absolutamente. Tanto Feru como el traductor no podían seguirle el ritmo. Le apretaba el brazo a ella mientras le preguntaba cosas o me sostenía la mano para hablar al traductor de mi celular. Quedó asombrada al escuchar de dónde veníamos, aún más cuando le contamos de la moto. “Totemo samui!”. A lo que respondió, asombrándonos de vuelta, ¡que ella también andaba en moto! O al menos lo hacía cuando era joven, en una Kawasaki, ni más ni menos. Nos dio muchos consejos para el frío, entre ellos la vieja confiable de usar diario bajo la ropa.
Me costó encontrar la forma y el momento de despedirme de forma cortés y agradecimos su conversación. Nos dijo que se llamaba Mitsue y se despidió de nosotros.
Huimos del lugar, luego de una gran sobrecarga tanto de japonés como de socializar. Llegamos cansados al hotel para planificar nuestro último día en Sapporo.
1-nov. [Sapporo]
Nuestra visita a Sapporo no puede dejar pendiente conocer la villa histórica junto al Museo de Hokkaido. Salimos temprano y pedimos prestados dos paraguas nuevamente, afuera estaba lloviendo algo fuerte. Me preocupó ver que las tres apps que usaba para ver los pronósticos de lluvia no advirtieran precipitaciones para hoy y dudé otra vez del desenlace de la ruta que eliminamos de Honshu en base a los pronósticos.
Encontramos una panadería que tenía decoración de Kiki’s Delivery Service y muy bonita presentación adentro. Ricos panes para desayunar y para tener durante el día.

Elegimos caminar los 3,6 km hasta la villa histórica bajo la lluvia, esperando que aminorara para el mediodía… Aunque eso no ocurrió.

Para cuando llegamos al museo era un hecho que estaba lloviendo más fuerte que durante el camino. La lluvia nos forzó a elegir refugiarnos un rato en la entrada del museo, donde tomamos un vasito de café. Pasó una hora, seguía lloviendo, pero un poco más suave que antes. Será una visita mojada entonces, a la Villa Histórica de Hokkaido.

El lugar es un museo al aire libre, a un costado del bosque Nopporo, donde unos 60 edificios recrean la época de colonización de Ezochi, entonces recién renombrada Hokkaido, hace apenas 150 años.

Aquí pudimos ver gran parte de la historia que habíamos recopilado en los museos que visitamos. Se podía entrar a todos los edificios (sacándose los zapatos), pero por el tiempo que nos quedaba antes del cierre, debíamos limitar cuánto dedicábamos a cada uno.


Nuestra imaginación intentaba recrear cómo habría sido la vida ahí en aquel entonces, cómo habría sido pasar el invierno ahí (claramente inimaginable para dos chilenos sin vida de nieve), el olor de la tierra mojada, de la madera húmeda, el ver el paisaje rojo y naranjo. Era un fantástico viaje en el tiempo.



Habríamos estado una hora en cada edificio de ser posible, pero para cuando dieron las 16:00 y se anunció el cierre, todavía nos faltaba una parte por visitar. ¡Quiero volver aquí!


Así cerramos nuestro último día en Sapporo. Pasamos al Ramen Ryū Ryū para un último gusto y cerrar así un día frío y lluvioso. Reservé el Sunflower Ferry que nos llevaría de vuelta al puerto de Oarai, en la isla de Honshu.
Sería otro día de aventura y oportunidades, así que me quedaba revisar nuestra ruta tratando de hilar algún lugar donde pajarear antes de embarcarnos.
2-nov. [Sapporo – Tomakomai (ferry)]
67 km
Llegó el día, hoy nos vamos de Hokkaido y tenemos hasta las 16:15 para hacer que este último día valga la pena.
Luego de evaluar durante la noche tres lugares prometedores para pajarear, elegí ir directo hacia Tomakomai y visitar el lago Utonai que quedaba en el camino.
Nos tocó una mañana agradable para salir en moto. Tomamos la Ruta 36 hacia el sur hasta llegar a la Michi-no-Eki Flower Road Eniwa, donde un delicioso sándwich cumplió como almuerzo antes de seguir avanzando. En este lugar también encontramos la segunda “Poké-tapa” del viaje.


Sacamos un par de cafecitos de la máquina jihanki para dar algo más de calor al viaje, cuando tuve una pequeña reflexión mientras los tomábamos. “Esta ruta a Hokkaido ha sido la ruta de los cafecitos. Hemos tomado prácticamente en cada detención y nos ha mantenido vivos en el frío”. Mirando mi lata de burakkukōhī (‘black coffee’) y nuestra V-Strom negra llevó a darle un nombre de cariño luego de nuestro viaje lleno de cafés, Kōhī.
Nuestra ruta hacia el sur nos llevó a través de puentes, campos, pastizales y parches de bosque otoñal. Hasta que finalmente llegamos a nuestro destino mientras esperábamos el ferry, el Lake Utonai Sanctuary. Teníamos tres horas en un lugar que se veía muy prometedor, y a pesar de que hemos visto aves todo el viaje, al fin sentí que estaba en el tipo de lugares que me gusta observar aves: un humedal.

El centro de visitantes era genial. Contaba con varios enormes binoculares apuntando al lago, libros de las aves locales, una mini-exhibición y venta de distintos artículos de aves. El lugar y la protección del lago Utonai están bajo la administración de la Wild Bird Society of Japan.


El sendero junto al lago consiste mayormente de pasarelas de madera que se van dividiendo para visitar distintos sectores. Caminamos en silencio, esforzándonos por percibir cualquier sonido que indicara la presencia de algún ave, las que se movían de forma igualmente silenciosa. Parecía un paisaje en pausa. A ratos, un soplo del viento hacía que el tiempo volviera a correr, meciendo los árboles y haciendo que miles de hojas se apresuraran en alcanzar el suelo.
P. D.:
Un año después me crucé con el término hanafubuki, una lluvia de pétalos, pero la curiosidad me llevó a una palabra relacionada a la experiencia equivalente en otoño, momijifubuki: la lluvia de hojas secas arrancadas por el viento.

オオヒシクイ | ōhishikui

オオハクチョウ | ōhakuchō
El mejor momento llegó cuando el lago apareció entre el totoral frente a nosotros. Cisnes, gansos y aves acuáticas entraron a la escena. ¡Esta era la clase de lugar que ansiaba poder visitar!
Avanzamos luego por el barro, donde se podía escuchar cada pisada que uno daba. El final del sendero se encontraba con un excelente hide mirador de madera en altura, y éramos los únicos ahí para usarlo. Subimos en oscuridad absoluta y abrimos las delgadas ventanas para ver la inmensidad del lago.


Entonces la vi. Una tremenda ave rapaz lanzándose en picada hacia el lago, impactando el agua con sus garras. “¡Águila pescadora! ¡¡Por fin veo una!!” Un ave que en Chile me ha costado mucho ver, apareció acá frente a nosotros.

ミサゴ | misago
De vuelta vimos a varios otros observadores, todos japoneses. Un fotógrafo solitario concentrado en un grupo de gansos, una pareja de mujeres con sus binoculares comparando lo que veían con su guía de campo, un grupo de observadores y un par de fotógrafos con lentes MUY grandes. Todos recorrían el lugar en gran silencio.

Cuando pasamos al centro de visitantes antes de irnos, noté que me faltaba algo, ¡mi billetera no estaba! Mi cerebro me entregó una visión de inmediato: la había dejado sobre la moto cuando llegamos… ¡casi tres horas atrás! Salí velózmente hacia el estacionamiento, tratando de imaginar los problemas que traería perder algunos documentos. Ahí estaba, “regalada” sobre la moto. En un estacionamiento con varios autos y varias personas. Intacta. Gracias, Japón. Creo que es un buen momento para mencionar que durante nuestras detenciones, dejábamos nuestros cascos y guantes sobre la moto así nada más por horas, al igual que la mayoría de los demás motociclistas locales. Claramente algo impensable en Chile.

Había sólo una cosa que interrumpía la calma del lugar. En intervalos perfectamente regulares, un estruendo ensordecedor resonaba en todo el humedal. El lago Utonai está a 10 km del aeropuerto, y cada 2 minutos un avión descendía sobre el lugar. Era parecido al Humedal de Batuco y el aeropuerto SCL, pero con los aviones mucho más bajos y cada dos minutos. ¿Cómo afectará eso a toda la fauna?


Pudimos ver 19 especies de aves en las casi 3 horas que estuvimos en el lugar, convirtiéndose en nuestro pajareo con más especies en un lugar. Era momento de volver a la moto.

Partimos antes de que se hiciera tarde, aunque sólo quedaba media hora de sol y en ese mismo tiempo teníamos que llegar al muelle. La ruta se volvió ventosa y algo fría, lo que me recordó el día que llegamos, con una luz muy similar cuando partimos rumbo a Sapporo, sin saber todo lo que nos esperaba. Ahora volvíamos cargados de emociones y experiencias. El cielo se volvía rosado, el sol tocaba el horizonte.
¡Gracias por toda esa belleza, Hokkaido! ¿Crees que pueda volver a verte?
En el muelle esperé junto a Kōhī para embarcarla. Habían algunos otros motociclistas que dejaban la isla, varios con aspecto de haber vivido grandes aventuras también.


Y así, luego de exactas dos semanas, estábamos otra vez a bordo del Sunflower Ferry. Dos sándwiches y onigiris bastarían por ahora. A diferencia de la vez anterior, esta vez los dormitorios eran ocupados por un grupo importante de estadounidenses. Y se hacían notar. Atrás quedaron las conversaciones de bajo volumen o susurros para no despertar a los demás, hablaban más fuerte que todos o desde un extremo al otro de la sala. (“America, F*** Yeah”)
Salimos un momento a la cubierta a ver el mar y su oscuridad. Para nuestra sorpresa, no hacía frío como hacía dos semanas. Al volver al interior vimos a los norteamericanos notablemente sorprendidos porque podían tocar el techo del pasillo, saltando para darle una palmada. (“America, F*** Yeah”)
Antes de dormir y mientras revisaba mi libro de aves, preparándome para un nuevo pajareo pelágico, escuchaba a nuestros vecinos exclamando que estaban dando anime en la TV, para luego quejarse por un rato de la falta de subtítulos. (“America, F*** Yeah”)
Afortunadamente el cansancio hizo lo suyo y pude dormirme pronto. Nos esperaba un largo día, en nuestro regreso a Honshu y la última ruta en moto de vuelta a Tokyo.
つづく



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