Japón 2024 IV: Kantō

Esta es la cuarta parte y final de la aventura en Japón.


Prefacio

Luego de vivir una fría aventura en moto en la isla de Hokkaido, donde pudimos recorrer poco más de 1.000 km, ahora cruzábamos el mar volviendo a la isla de Honshu. Quedó fuera de nuestro recorrido gran parte de lo que queríamos hacer en Honshu, y sólo nos quedaba una semana antes de irnos, así que lo único que podíamos hacer era aprovecharlo al máximo.

En esta cuarta parte y final, retornamos a la región de Kanto a bordo del Sunflower Ferry Furano, para desembarcar en Oarai y luego recorrer nuestra última ruta en moto de nuestro viaje rumbo a Tokyo… ¡En el taco más extenso que haya visto!

Una vez sin moto, pudimos visitar distintos lugares de la capital, como museos, parques y una que otra tienda, en búsqueda permanente, además, de poder encontrar nuevas aves urbanas que conocer.


3-nov. [(ferry) Oarai – Tokyo]
141 km

Aún no salía el sol. El sonido y vibraciones del motor del ferry acompañaban el sonido apagado del mar en el exterior. Ya estaba vestido y saliendo hacia la cubierta, al igual que la vez pasada, pero en esta ocasión no hacía frío. Un último pajareo pelágico en Japón.

No había oleaje, y bastó que hubiera suficiente luz para que comenzaran a aparecer aves como Streaked Shearwater, Laysan Albatross y Black-footed Albatross. Una vez más, el ave marina más grande del Pacífico Norte, el Short-tailed Albatross, prefirió no aparecer. El sol comenzó a asomarse sobre las nubes y algunos pasajeros aparecieron en la cubierta para contemplarlo.

Black-footed Albatross (Phoebastria nigripes)
クロアシアホウドリ | kuroashiahōdori

Entré para desayunar, sándwich y jugo, un clásico a estas alturas. Mientras comía, escuchaba la conversación de tres jóvenes gringos, la cual giraba en torno a “…then I spit on the street, and I spit on the bathroom… then there… spit… spit…”. Se habían convertido en la viva imagen de cómo un folleto de buena conducta representaba a los turistas norteamericanos y chinos.

Me dio la sensación de que el ferry llegó más rápido, aunque claro, la otra vez estuve despierto desde las 3 AM. También tuve la impresión de que habían menos aves en el mar. En un momento, apareció Feru con una solemne expresión de triunfo en su rostro: había (por fin) logrado sacar un peluche en una máquina de garra.

Aproveché la ausencia de aves en el mar para ponerme al día con los escritos en mi libreta, como ya adelantaba cuando volvimos a Chile. Lo bueno es que la ventana permitía ver si pasaba algo volando, así que nunca se dejaba de pajarear.

Poniéndome al día con los escritos… ¡Con albatros y fardelas al otro lado de la ventana!

A las 13:00 quedaba poca distancia para llegar al puerto de Oarai. Cuando estábamos cercanos al muelle, aparecieron cientos de Black-tailed Gull (Larus crassirostris), volando junto al ferry y pasando muy cerca de la cubierta, por lo que fue la mejor oportunidad del viaje para retratar a estas gaviotas. También aparecieron otros dos Osprey (Pandion haliaetus) en los diques.

Black-tailed Gull (L. crassirostris)
ウミネコ | umineko
Black-tailed Gull (L. crassirostris)
ウミネコ | umineko
Este individuo llevaba algo colgando de su pico, pero al revisar la foto noté que es algo que sale de un hoyo bajo su mandíbula.

Bajé a buscar a Kōhī y los motores de todas las motos comenzaron a encenderse. Habíamos vuelto a Honshu, y ya nos quedaban menos de 3 horas de sol. Google Maps indicaba 2 horas por la ruta con ETC (express con peajes), y decidimos pagar el precio, pero no consideramos el costo (“Bravado” de Rush en toda su expresión).

Partimos por la Ruta 106 para salir de Oarai y luego tomamos la Ruta 40. Atravezamos extensos campos de arroz, notando el cambio de la paleta rojo-naranjo-amarillo por una escala de verdes. Tristemente, pude ver como el primer tanuki (Nyctereutes viverrinus) de nuestro viaje yacía muerto a un costado del camino, atropellado. Un nuevo recuerdo del impacto del encuentro entre la fauna y los ambientes urbanos.

Desde la Ruta 179 hacia el norte pasamos a la Ruta E50 hacia el oeste. Apenas entramos a la autopista vimos como el tráfico se ralentizaba, pero fue aún peor cuando conectamos hacia la Ruta E6, porque la congestión aparecía antes de entrar. Un mal presagio de lo que vendría a continuación.

Extrañaba Hokkaido y sus rutas tranquilas, aunque por otro lado era feliz llevando menos capas de ropa encima. Unos kilómetros más adelante vimos la primera parking area, absolutamente llena, por lo que optamos por parar más adelante. El hambre ya se hacía notar, dando más urgencia a detenernos.

La siguiente área que se nos cruzó fue la Chiyoda Parking Area, que se veía bastante más vacía. Aquí vimos una tremenda araña en la entrada y comimos lo suficiente para poder aguantar hasta Tokyo: un famichiki cada uno.

Araña Jorō (Trichonephila clavata). Esta especie tiene la particularidad de “volar”, lo que le permite colonizar nuevos lugares.

Google Maps, preocupantemente, ahora decía que faltaban 30 minutos más que antes, dejando de lado que ya habíamos conducido por media hora. La puesta de sol no estaba lejos y veía como un atochamiento cubría gran parte de los 70 km que nos faltaban hasta Tokyo. Comenzamos a pensar que haber tomado la ruta express sería más lento y además iríamos pagando sus carísimos peajes.

La luz de la reserva del estanque estaba parpadeando y tuvimos que pasar a Tsukuba para llenar. Era un triste y lento regreso a Tokyo, con las tres o cuatro vías de la autopista saturadas. En el horizonte, muy lejos, se alzaba el Monte Fuji contra un cielo de un sucio tono naranjo, mientras el sol nos abandonaba atrás del horizonte. Un regreso a la ciudad, con todo lo que conlleva.

Lejos de ser la entrada triunfal y emocionante que imaginaba (en verdad no imaginé eso), era un retorno aburrido, estresante y agotador. Veía motos pasando entre el tráfico que se movía lentamente, lo que en Chile llamaríamos “conejear”. En mis siete años andando en moto he evitado conejear en la autopista deliberadamente mientras los autos se mueven, pero acá me animé a sumarme e ir a la cola de alguno de los motociclistas cada cierto rato. Toda mi atención iba afinada a los demás vehículos. Me preguntaba si era legal (probablemente no), aunque las dimensiones de la congestión, superiores a cualquier cosa que haya visto en Chile, me hacían avanzar con determinación y prudencia.

Me sentía cansado, física y mentalmente. Fue un tramo largo y lento, especialmente los 20 km a través de la prefectura de Chiba, donde la velocidad promedio fueron 24 km/h. Finalmente el tráfico comenzó a avanzar más rápido y la saturada arteria se liberó, a medida que entrábamos al corazón de Tokyo. Llegamos por el norte, donde la Ruta E6 pasaba a ser la Ruta 6.

Comencé a preocuparme porque recorbada que algunas autopistas de la ciudad no permiten dos personas sobre una moto (al ser aéreas, los vientos son un peligro) y los pocos motociclistas que veía iban solos. ¿Me habré saltado alguna señalética de prohibición? ¿Dónde estoy? ¿Cometeré todas las infracciones del viaje juntas en este tramo final? Sólo podía seguir guiándome por Maps, el cual asumía que andaba en auto.

Finalmente apareció el cartel con algo escrito y un símbolo de una moto con dos personas arriba, tachado. Recordé a la chica que me entregó la moto apuntando la señalética en el libro y diciendo “don’t enter” mientras hacía una cruz con sus brazos. Oh bueno, no había mucho que hacer, la salida estaba cerca. En ese momento la curva nos llevó a cruzar el puente New Arakawa, que era muy alto y me permitió ver la ciudad y todas sus luces desde las alturas.

El Tokyo Skytree.

La primera salida que apareció nos dejó en Sumida, donde Maps me decía “mira, si quieres llegar al hotel, tienes que entrar por donde no pueden dos en moto, lo bueno es que andas en auto, ¿no?”, así que dimos un par de vueltas en círculos antes de lograr llegar. Estaba exhausto y con el cerebro a medio apagar.

Vaciamos nuestras maletas y, a diferencia de todo el viaje, partí sin Feru rumbo a Odaiba para devolver la moto. Sentí pena por llegar al final de la ruta, recordando cómo unas semanas atrás partíamos con lluvia, ansiedad y muchas dudas, pero lo logramos después de todo. Llegué a Rental 819, con el odómetro marcando los 1.403 km que recorrimos en Japón.

Rental 819 Odaiba, donde debía despedirme de Kōhī.
1403 km recorridos al final del viaje.

El que recibió a Kōhī, nuestra V-Strom, me preguntó por nuestra ruta, haciendo que mi mente comenzara a correr un repaso de los lugares, las rutas, las experiencias y los recuerdos. Con una sonrisa fui nombrando los lugares mientras él los apuntaba en un gran mapa de Japón a su espalda. Se sorprendió por la vuelta de Hokkaido, me dijo que nunca ha ido y que quiere recorrerlo en su moto. Me sentí extremadamente afortunado y agradecido por nuestra oportunidad.

Kōhī de vuelta en su casa, luego de una gran aventura en Hokkaido. ¡Gracias por todo!
(Escribí una reseña de la moto aprovechando la experiencia)

Volví al hotel en Metro. De vuelta a ser personas “a pie”. La habitación era un caos luego de que la entropía finalmente tuvo acceso al contenido de nuestras maletas, pero necesitábamos dormir, así que no importó el desastre. Aún así pusimos el despertador a las 6:00, después de todo había que aprovechar las horas que nos quedaban. Ya habría tiempo para dormir.

4-nov. [Tokyo]

La alarma sonó y fue un flashback de estar despertando en Tokyo, una vez más, luego de un largo viaje. Al encender la TV, las noticias mostraban el ingreso de una tormenta eléctrica a Hokkaido, cubriendo gran parte del oeste. ¡Nos fuimos justo a tiempo! Aunque extrañamos estar allá.

También extrañábamos nuestro desayuno incluido, así que fuimos muy felices volviendo a tenerlo. Dejé mi libro de Aves de Japón en nuestro puesto y fuimos a buscar qué comer, la misma rutina de antes. Al volver, vi un celular ajeno a la derecha de mi libro, mientras que un vaso de café estaba a su izquierda. Miré alrededor buscando a su dueño, sin entender bien la situación. Un francés llegó. “Yes, that’s mine”. Al mirarlo con una expresión probablemente vacía, prosiguió. “And that’s also my cup. I put them there”. Vio mi libro, puso su celular a un lado y su café al otro… Y me miraba esperando algo. Cuando pensé que tendría que explicarle la situación, decidí moverme y ahorrarme la lata, pero en ese momento dijo “Okay, I’ll move.” y se cambió, desganado.

Un pajareo en el parque Kiyosumi cerca del hotel, al igual que nuestra primera mañana en Tokyo, sólo que esta vez era distinto, a pesar de que sólo habían pasado dos semanas. No hacía calor, podía asociar nombres a las aves que vocalizaban sobre los árboles, los cuales habían perdido parte de su verdor. Un recordatorio del paso del tiempo, del avance del otoño hacia el sur, y de la cercanía del final del viaje. Teníamos mucho por hacer, sólo quedaban cinco días.

Ya que era lunes, los museos estaban cerrados, así que elegimos que hoy sería el día de la aventura otaku en Akihabara. Bajamos en la estación Iwamotocho y caminamos hacia el norte, visitando en el camino el santuario de Yanagimori.

Santuario de Yanagimori. Fundado en 1457 junto al río Kanda, presenta un tremendo contraste, tanto arquitectónico como ambiental, con los edificios y la efervescencia del barrio que la rodea.

Llegamos al enorme Radio Kaikan, un gran edificio con cada uno de sus diez pisos abarrotados de artículos relacionados al manga, anime y cultura otaku en general.

Radio Kaikan, en Akiba.
Recordando el aniversario 15° de Steins;Gate, ya no queda rastro alguno del satélite que apareció en el techo aquella vez.
Radio Kaikan. Steins;Gate (2009).
Dellfie Dream Hatsune Miku.
Dollfie Dream Kagamine Rin y Len.

Fue impresionante la cantidad de cosas, al igual que la cantidad de personas. Dedicamos un par de horas a recorrer todos los pisos, pero rápidamente comencé a sentirme agobiado, a pesar de haber decenas de cosas que me gustaban. Aún así fue bien aprovechado, ya que salí con una preciada polera de Steins;Gate.

Aprovechamos el impulso y tratamos de sumar una pequeña búsqueda de lugares asociados a la serie mientras caminábamos por Akiba.

Coin Lockers. Steins;Gate (2009).
Electronics market. Steins;Gate (2009).
En un principio me bastó con tomar la foto del edificio, pero ahora me alegro de haberla tomado.
Actualización mayo 2025: el Lab va a ser demolido.
Actualización octubre 2025: el Lab ya no existe.
Future Gadget Lab | Braun Tube Workshop. Steins;Gate (2009).

Encontramos un lugar para comer arroz con curry, ‘karēraisu’, llamado Lahore. ¡¡Muy rico!! Con eso cerramos nuestra jornada en Akihabara, luego de 6 horas. Nos sentíamos agotados. Un recuerdo de la quietud del bosque Nopporo cruzó mi mente un momento.

Lahore Curry.
Curry de verduras con huevo encima. ¥880

Tomamos el Metro en la estación Suehirochō y volvimos al hotel.

Una fantástica escultura acuática en el andén de la estación Suehirochō.

Mientras luchábamos contra el desastre que se liberó al abrir las maletas de la moto en nuestra habitación, algo en la TV llamó nuestra atención. Una pareja de periodistas en el aeropuerto preguntaba a turistas “Why do you come to Japan?”, siendo la base de un programa. ¡Eran ellos! ¡Los mismos de los que huimos cuando nos preguntaron!

Había alguien con un peluche de Charmander que quería forjar un cuchillo de cocina desde cero y lo siguieron algunos días. Otro que quería probar una sopa particular de miso y también lo siguieron. ¡Menos mal que escapamos! Aunque tuvimos un buen momento de risas imaginando explicar que veníamos a ver aves y visitar Hokkaido en moto, para luego ser acompañados parte del viaje pajareando con una cámara de TV.

5-nov. [Tokyo]

Luego del desayuno (donde ahora tomé la precaución de dejar el libro de aves, lápices y libreta cuidando la mesa), fuimos a comenzar el día al parque Kiyosumi, y mientras comíamos un meronpan, escuchamos algo en los arbustos. Se trataba de un Japanese Bush Warbler (Horornis diphone), ave de la cual conocíamos su canto, pero que sólo ahora pudimos ver.

Optamos por saltarnos otra vez el jardín Kiyosumi para volver a Ueno y a sus museos (hoy martes), aprovechando además de que pocos días atrás habían abierto la exhibición del 50° aniversario de Hello Kitty en el Museo Nacional de Tokyo. No quería arriesgar mi vida viendo qué pasaba si Feru no iba.

Llegamos a la estación Ueno-okachimachi y llegamos por el lado del estanque Shinobazu para aprovechar de observar aves.

Eurasian Tree Sparrow (Passer montanus)
スズメ | suzume

Mientras avanzábamos por Ueno, divisamos a tres japoneses con binoculares y cámaras mirando hacia arriba, a un árbol en particular. “¡Ah! Esto sólo puede significar una cosa”. Nos acercamos en silencio al grupo, yo andaba desde el estanque con mi cámara al hombro y pude ver un pajarito pequeño posado tranquilo en una rama. Consulté con Feru cómo preguntar qué ave están viendo, “nani o mite imasuka?“, a lo que uno de ellos respondió con su nombre, “kibitaki“, seguido de “furaikyatchā“. Y antes de alcanzar a buscar en la app Merlin en mi celular, él buscó en el suyo una foto. Era un Narcissus Flycatcher (Ficedula narcissina).

Narcissus Flycatcher (F. narcissina)
キビタキ | kibitaki

Mientras lo mirábamos en silencio, llegó un hombre de unos 50 años que probablemente concluyó lo mismo que yo al ver nuestro pequeño grupo. “What are you looking at?? Is it a rare bird?“. El mismo japonés le respondió amablemente “furaikyatchā“, a lo qué él preguntó insistentemente “is it rare? is it a rare bird?“. Por mi parte, le dije “Narcissus Flycatcher”, mientras le mostraba su foto en Merlin. En ese momento, por motivos que todavía no entiendo, cambió su expresión facial, arrugando la cara mientras miraba con atención al pájaro en el árbol, para luego concluir de forma notoriamente condescendiente “that’s not a flycatcher.” y se marchó del lugar. En otras palabras, llegó sin saber qué especie era y eligió rechazar tajantemente lo que tres pajareros japoneses identificaron y se fue. Oh bueno. Por mi parte agradecí la ayuda y continuamos nuestro camino.

Cuando llegamos al frontis del museo, había alguien anunciando que, por motivos que no logramos entenderle, la exhibición no estaba abierta. Mi vida volvía a estar en peligro.

Vimos una “Poké-tapa” afuera del Museo Nacional de Tokyo y luego otra junto al Museo Nacional de Ciencias (por motivos desconocidos, también cerrado) otra.

Poké-Lids Ueno: Baltoy y Bronzor.
Poké-Lids Ueno: Tyrunt y Wynaut.

Vimos un show de un artista callejero llamado Jini y en otro lugar una persona paseaba a un pequeño mono. Como nuestro panorama se había desvanecido, buscamos cosas cercanas y llegamos al templo Ueno Toshogu. Unas enormes linternas de piedra bordeaban el camino de acceso.

Linternas de piedra en el templo Ueno Toshogu
Goshuin del templo Ueno Toshogu.

Volvimos al estanque Shinobazu, pasando junto al templo Benten-dō, para ver si habían más aves que la vez anterior, dos semanas atrás.

Templo Benten-dō.
Northern Pintail (Anas acuta)
オナガガモ | onagagamo
Tufted Duck (Aythya fuligula)
キンクロハジロ | kinkurohajiro
Eurasian Coot (Fulica atra)
オオバン | ōban

El cambio de planes nos dejó a la deriva y cerca de Akiba, así que dimos otra vuelta. Tomé fotos y comimos taiyaki. Además de poder almorzar en MOS Burger, ¡donde tenían una vegetariana muy buena! Y, si bien podría parecer irrelevante esta última parada, en un momento volveremos aquí.

Taikayi
Chuo-dori. Steins;Gate (2009)

Seguimos caminando, yo tomaba fotos de edificios, el tiempo pasaba, y una hora después estábamos en Don Quijote. Fue en este momento en que noté de casualidad que en mi hombro sólo colgaba mi cámara, no el dúo cámara-binoculares. “¡¡Ahh!! ¡Mis binoculares!” No otra vez. El primer día fue mi chaqueta de mezclilla (recuperada), dos días atrás fue mi billetera (intacta sobre la moto) y ahora mis binoculares Vortex (¿recuperables?). Un repaso de las posibilidades nos llevó con paso acelerado a MOS Burger, donde estuvimos hacía ya una hora. Estaba bastante angustiado. Feru explicó en la entrada la situación mientras yo directamente subí las escaleras a revisar donde estuvimos. Y ahí estaban, en una de las repisas bajo la mesa donde dejamos nuestras pertenencias, sólo que los binoculares “se escondieron” cuando nos fuimos.

Hallamos otro local de curry que nos llamó la atención, Hinoya Curry, el cual tenía un carisma particular en su interior. Pedimos dos platos… Y no sabíamos lo que nos esperaba. De partida, eran dos grandes platos, lo que me otorgó la visión del futuro próximo de Feru pidiendo ayuda. Pero el momento decisivo llegó luego de un par de cucharadas, cuando el picor del curry nos mostró lo insignificantes que éramos.

Hinoya Curry
Curry con tomate y queso flameado. ¥1250

Luego de que no sintiéramos más llenos que en todo el resto del viaje, encontramos cerca de ahí el santuario Kōbu Inari, ocupando una pequeña esquina a apenas dos cuadras de la calle principal y de sus luces.

Santuario Kōbu Inari.
Un kitsune junto a una lámpara de piedra en el santuario Kōbu Inari.

Volvimos hacia la estación Akihabara para tomar el Metro, pero unos edificios me distrajeron para tomarles fotos, mientras tanto Feru desapareció, aunque no lo noté durante el rato que miraba por mi cámara. Un par de minutos después, vi una figura parecida a ella caminando rápidamente hacia mí, “parecida” porque su cara (a pesar de la mascarilla) estaba desbordada de alegría. ¡Se había escapado a una tienda de máquinas de garra y ganó un peluche especial de Aimaina (PinocchioP)! Momento de triunfo.

BiTO AKIBA.

El Metro se veía bastante lleno (aunque no al nivel de empujar gente para cerrar las puertas) y me preocupe por Feru, quien sufre mucho en aglomeraciones, pero para mi sorpresa no tuvo problemas aquí.

Llegamos muy tarde y cansados, pero fue un buen día.

6-nov. [Tokyo]

Hoy era un día que habíamos esperado durante meses, al fin había llegado. En Chile tuvimos una madrugada de incertidumbre y adrenalina en el minuto que se abrieron las reservas, pero logramos conseguir una para el Kirby Café.

Una vez más partimos el día con una visita al parque Kiyosumi, cada vez con una tenida más otoñal. ¡Vimos un Japanese Sparrowhawk!

White Wagtail (Motacilla cinerea)
ハクセキレイ | hakusekirei

Hoy tocaba visitar la oficina cercana de Japan Post, donde pudimos recibir nuestra preciosa caja que nos enviamos desde Sapporo la semana anterior.

Fuimos temprano hacia el Tokyo Skytree en Metro. El lugar era muy amplio y la torre tremenda. Todavía faltaba un buen rato para la reserva y había un Pokémon Center, además de otras cosas interesantes.

Pokémon Center SKYTREE TOWN.

El Kirby Café se veía hermoso por fuera y por dentro fue aún mejor. Luego de un viaje austero en comidas, nos dimos el gusto de pedir varias cosas, aunque ninguno de los dos come mucho en verdad. Fue uno de los momentos en que, a pesar de ser muy feliz durante el viaje, sentí muchísima alegría de estar aquí.

Mouthful Mode! Car Mouth cake.
Con Whispy Woods a mi espalda. Uno de mis momentos de genuina felicidad en el viaje.

Si el día hubiera acabado ahí, habría sido uno excelente sólo con eso, pero había otro lugar que debíamos visitar en el Skytree, el Acuario Sumida, del cual me dieron muy buenos comentarios de lo lindo que era.

Sumida Aquarium – noviembre

Al entrar vimos acuarios que presentaban los elementos base de los ecosistemas acuáticos, donde varios estudiantes de colegio hacían también una visita. La segunda parte era pura oscuridad, iluminando únicamente distintos acuarios con medusas de muchas formas y tamaños. ¡Era realmente alucinante! Pero lo fue aún más la llamada “Gran Placa Petri”, que podía verse desde arriba, donde decenas de medusas se movían mientras un set de luces las hacía lucir de todos los colores posibles. Fue una presentación cautivadora.

Lo siguiente tuvo un nivel de impacto tremendo, el Área Ogasawara, ya que en una pequeña ventana, que sólo permitía ver una parte del acuario, mientras tratábamos de ver qué contenía, vimos llegar un gran tiburón. “¡Ohh!”. Feru y yo, al igual que algunos de los estudiantes a nuestro lado quedamos asombrados. ¡Se acercó muchísimo además! Permitiendo que viéramos su ojo y sus hileras de dientes. Al avanzar un poco más, el acuario se veía por completo, lo que encontré una muy buena idea para presentarlo luego de mirar sólo una fracción. También había una mantarraya preciosa que me maravilló, ya que es de mis animales marinos favoritos.

La sección más amplia del acuario tenía uno de los estanques tipo piscina más grandes de Japón, conteniendo unas 350 toneladas de agua. Aquí pudimos reencontrarnos con caras familiares de Chile, ya que un grupo de pingüinos de Humboldt habitaba el estanque. Si bien fue lindo verlos nadando, acicalándose y haciendo cosas de pingüinos desde una perspectiva que quizá nunca podré en la naturaleza, me vino parte de la misma tristeza que me genera ver animales en cautiverio. Todo esto teniendo en cuenta que también existe el factor de educación ambiental y todo eso.

El gran estanque con los pingüinos de Humboldt.

Vimos corales, un pez globo y lobos marinos de dos pelos (otros vecinos sudamericanos). La última sección que vimos tenía múltiples peces dorados, contando la historia asociada a la cultura del período Edo.

Una vez afuera, mientras miraba cómo los edificios que nos rodeaban estaban más abajo, la luz comenzaba a cambiar en el cielo, dando pronto paso a la penumbra y a la noche. Las luces del Skytree comenzaron a encenderse, al igual que las de todos los árboles del Skytown decorado por navidad. Fue un día precioso y feliz. Con el gusto agridulce de saber que el final del viaje estaba un día más cerca. El Metro se encargó de llevarnos de vuelta a descansar.

7-nov. [Tokyo]

Las noticias de la mañana nos saludaron con la cara de Toranpu (‘Trump’), quien volvió a ser electo en EEUU. Cambiamos rápidamente el canal y mostraban un Sapporo frío y a la espera de la nieve próxima. Realmente salimos justo a tiempo de Hokkaido, aunque nos habría encantado estar allá todavía. También me apenaba no haber podido ir a la villa Shirakawa o al Monte Fuji.

Hoy sería la revancha con los museos, por lo que salimos temprano rumbo al primero de ellos, aunque en el camino nos encontraríamos con el templo Reigan-ji.

Edo Roku Jizo del templo Reigan-ji. Uno de los seis Jizos que se encontraban en cada una de las seis entradas de Edo, desde 1706.
Estatuas Jizo en el templo Reigan-ji.

Similar al parque y el jardín Kiyosumi, que vimos semanas antes del viaje y queríamos visitar muchísimo, encontramos que al lado del hotel estaba el museo Edo Fukagawa, pero a diferencia del parque y el jardín (visitados 7 y 3 veces, respectivamente, luego de desayunar) sólo ahora al final del viaje lo pudimos visitar.

Fukagawa Edo Museum – Shibusawa Eiichi

Era un museo aparentemente pequeño, pero al interior nos sorprendió ver literalmente una villa del períuodo Edo dentro de una galería. En esta sección nos encontramos con un hombre mayor, el cual comenzó a hablarnos amistosamente y preguntarnos sobre nuestra estadía en Japón. Mientras conversábamos, leí la credencial en su pecho, indicando que era un guía voluntario y jubilado. Un nuevo momento para recordar el viaje y la ruta por Hokkaido. Se sorprendió de que anduviéramos en moto, al igual que todos los que escuchaban esa parte. “Totemo samui!“. Al inicio pensó que éramos norteaméricanos, pero al decirle que veníamos de Chiri exclamó que era un viaje muy largo. ¿Ya comieron sushi? Una pregunta que, tristemente para nosotros dos e increíble para los tres, respondimos negativamente.

Recorrimos las calles, con nuestro guía contándonos la historia de ese tiempo. Los oficios que se ejercían, cómo se podía relacionar con el tipo de casa, la comida callejera, la enorme cantidad de incendios que habían en la capital de Edo (ahora Tokyo) y cómo estas catástrofes moldearon la estructura y organización de la ciudad. Aprendimos del gran incendio de Meireki, donde tres cuartos de la capital ardieron con el fuego y cerca de 100.000 personas murieron.

Un perro del período Edo haciendo cosas de perro.

Pudimos entender muchas cosas que habíamos visto por años en cosas de cultura popular como anime, manga y juegos, y muchas más que habíamos podido experimentar a lo largo de estas semanas, algunas de ellas nos habían llamado la atención y otras pasaron inadvertidas hasta que pudimos vincularlas acá. Me gustó mucho el haber visitado esto al final del viaje, fue en cierta forma “vivirlo” y luego “comprenderlo”. Además de poder compararlo con lo que vimos en Hokkaido, su historia y las diferencias con Edo.

Otra cosa interesante fue ver cómo, desde hace al menos cuatro siglos, existe el concepto de baño público, refiriéndome por un lado a aquel para bañarse y por otro a las letrinas, asociado al reducido tamaño de las casas, el cual a su vez estaba relacionado a los desastres frecuentes y las pocas pertenencias que la gente poseía (al menos la gente común). Algo que no había mencionado en las tres partes anteriores de nuestro viaje era la amplia presencia de baños públicos donde sea que uno fuera. En las calles, en los parques, en cada estación del Metro. Gratuitos, ¡y todos impecables además!

La casa de un pescador.

A mitad de nuestro recorrido, que había sido casi un recorrido con guía privado para nosotros dos, llegó un grupo de seis turistas que se sumaron a nosotros. El guía les pregunto de dónde venían. “America” fue la respuesta de tres de ellos, y con sólo tres bastó para lo siguiente. “Ah! Toranpu! Your new president!”. Esto gatilló que durante varios minutos la conversación del grupo entero girara en torno a Trump, la política gringa y cosas un poco más actuales que el período Edo. “How does this election affects Japan?”, preguntó uno de ellos, a lo que nuestro guía no supo qué responder.

En mi mente sólo podía pensar en una cosa.

We’re all living in America
America is wonderful
We’re all living in America
America, America
We’re all living in America
Coca Cola, sometimes war
We’re all living in America
America, America

Rammstein – “Amerika”

Agradecimos el excelente guiado y todo lo aprendido. Este museo con su fantástica presentación y ambiente se convirtió en uno de nuestros favoritos.

Ahora nos tocaba volver a Ueno para un nuevo intento de visitar la exhibición del 50° aniversario de Hello Kitty en el Museo Nacional de Tokyo. Al llegar, un cartel que decía “No Tickets” nos recibió como una patada. Afortunadamente alguien me indicó que sí podían comprarse por internet, así que en un momento lo logré y entramos.

Había mucha gente, principalmente mujeres, las que cubrían todas las edades. Al interior se exhibían distintos artículos, vinculados al relato de su historia y el gran impacto cultural del personaje. Otra sección contenía arte de distintos ilustradores. Al final, como era de esperarse, había una sección con venta de recuerdos, y la fila era brutal. Al menos gran parte de ésta era afuera del edificio, así que pude aprovechar de pajarear, logrando ver al único loro de Japón (por cierto, especie introducida): Rose-ringed Parakeet (Psittacula krameri).

Una rápida pasada por el estanque Shinobazu, por tercera vez, nos permitió ver más aves acuáticas, como distintos patos y una garza que pescaba atenta cerca del mirador.

Gray Heron (Ardea cinerea)
アオサギ | aosagi

De manera express pasamos por Akihabara, en busca de una maleta extra para empacar algunas de las cosas que habíamos conseguido en el viaje. Y como aún no comíamos, pasamos por Lahore Curry. Pedí el “black curry”, sin tener idea de qué esperar, y cuando el cocinero me devolvió una pregunta “del 1 al 5”, respondí “4”, una vez más sin tener idea. Sólo por precaución, y en caso de que me hubiera preguntado, tal vez, por el nivel de picante, preferí no irme al extremo del rango.

Hace dos días viví un delicioso infierno en Hinoya Curry. Ahora me enfrentaba al black curry de Lahore, y sí, era escala de picante. ¡Menos mal que no pedí el 5!

Black Curry, nivel 4… ¡Uff!

A continuación, ya de noche, nos tomamos el tiempo de caminar los 4 km desde Akiba hasta el hotel en Kiyosumi. Una larga, fría y triste caminata. Mañana sería el último día de nuestro viaje.

Santuario Kotohira.

Llegamos al puente Kiyosu-bashi, el mismo que cruzamos en nuestra caminata el primer día en Tokyo. A diferencia de esa vez, ahora hacía frío y corría viento. El puente se lucía con sus colores y luces, y contemplamos el río Sumida de noche varios minutos, mientras algunas pequeñas embarcaciones cruzaban cada cierto rato.

Kiyosu-bashi.
Mannen-bashi.

Llegamos cansados al hotel, como es tradición. Ordenamos varias cosas, volviendo a vivir el horror de compactar cosas en una maleta. Seguiríamos al día siguiente, nuestro último día en Japón. Pero primero, a lavar ropa.

8-nov. [Tokyo]

Nuestro último día, nuestro último de todo. Sólo nos quedaba aprovecharlo al máximo. La TV nos mostró la primera nevazón de la temporada en Aomori y Hokkaido. Partiríamos con el mismo primer gusto del viaje, el jardín Kiyosumi, que no pudimos visitar en toda la semana.

Primer día invernal de la temporada. Temperatura máxima pronosticada: -1,1ºC.

El jardín lucía precioso bajo el cielo despejado. Se notaba un leve cambio en su paleta verde de hacían dos semanas.

Un par de Gray Heron (A. cinerea) en el jardín Kiyosumi.
アオサギ | aosagi

Hoy sería el Poké-día. El plan era visitar la Azabudai Hills Gallery para una exhibición de Pokémon, luego el Pokémon Center DX ya que justo al lado estaba el Pokémon Café. Fueron tres levantadas a las 5:00 AM un mes atrás en Santiago, llenas de angustia e incertidumbre, pero a la tercera logramos reservar.

Pero antes de eso, queríamos conocer el Jardín Nacional al este del Palacio Imperial. Tenía la esperanza de ver algunas aves acuáticas que no habíamos encontrado todavía, además de ver otro bello jardín. Tomamos el Metro hasta la estación Otomachi, emergiendo en el lado oriental del palacio y el jardín.

Torre Tatsumi.

Había una gran cantidad de turistas aquí, un par de cientos, concentrados cerca de los accesos del palacio y enfrentándose a un portón cerrado. Había leído antes que el acceso podía ser enredado y difícil, así que no fue tan desmoralizante ver que así era, así que rápidamente aprovechamos de caminar junto a los fozos para ver la avifauna que ahí habitaba. Pudimos ver varios patos, garzas, cormoranes y un cisne.

Seimon Ishibashi.
Falcated Duck (Mareca falcata)
ヨシガモ | yoshigamo
Eurasian Wigeon (Mareca penelope)
ヒドリガモ | hidorigamo
Mute Swan (Cygnus olor)
コブハクチョウ | kobuhakuchō

El Jardín Nacional Kokyo Gaien estaba afuera de los muros y tenía árboles con una poda impecable. Igualmente impecable era el pasto bajo ellos, sin una hoja ni nada que lo corrompiera. Lamentablemente era un ambiente en el que resultaba difícil ver aves, así que no nos detuvimos mucho rato.

eBird me mostró un parque que se veía interesante justo al sur del lugar, que además tenía dos bellas estampas para buscar dentro. Llegamos de esta forma al parque Hibiya, el cual se caracteriza por su estilo occidental. Era realmente precioso. Encontramos las dos estampas del parque, donde se veía una grulla alzándose. También serían nuestras últimas estampas del viaje, las que en conjunto fueron una parte entretenida y alegre del viaje.

Hibiya Park
Hibiya Park – stamp rally

Al poco rato encontramos una fuente con la grulla verdadera, que se ubica en medio del llamado Estanque de Nubes. A sus pies se bañaba un pequeño grupo de Brown-eared Bulbul (Hypsipetes amaurotis) y vimos pasar fugazmente un Gray Wagtail (Motacilla cinerea) volando sobre nosotros, con su vientre amarillo intenso, pero no lo pudimos volver a encontrar para fotografiarlo.

La fuente de la grulla en el estanque de Nubes.
Brown-eared Bulbul (Hypsipetes amaurotis)
ヒヨドリ | hiyodori
Common Bluebottle (Graphium sarpedon). Me alegro mucho poder ver al fin esta bella especie de mariposa.

Se acercaba la hora de ir al Pokémon Café, así que dimos una breve vuelta por el estanque Shinji-ike, al interior del mismo parque. Aquí pudimos ver un par de especies acuáticas.

Little Egret (Egretta garzetta) acicalando sus alas.
コサギ | kosagi
Northern Shoveler (Spatula clypeata). Un pariente del hemisferio norte del pato cuchara (S. platalea) de Chile.
ハシビロガモ | hashibirogamo

Similar a lo que nos pasó en el Parque Ueno con el cazamoscas, vimos a un pequeño grupo de japoneses con cámaras y binoculares, atentos a algo en el agua. Esta vez ya sabía cómo preguntar, así que me acerqué en silencio a uno de ellos. “Nani o mi teru no?“. El hombre apuntó hacia unas totoras en el borde del estanque y dijo una palabra que no logré entender al principio. Miré hacia allá con los binoculares, pero no podía verlo. “Aoi tori” (‘ave azul’), me indicó. En ese momento sí pude verlo y la primera palabra que no comprendí se hizo clara, “kawasemi“, el nombre del Common Kingfisher (Alcedo atthis).

Common Kingfisher (Alcedo atthis). Una especie de martín pescador que no habita en Chile, pero que es común ver aparecer en publicidad, afiches o incluso tatuajes, cuando en verdad buscan referirse a la especie chilena (Megaceryle torquata).
カワセミ | kawasemi

Este pequeño martín pescador terminaría siendo la última especie que logramos sumar a nuestro listado de Japón, el cual cerramos con 70 especies. ¡Nada mal!

El Pokémon Café estaba a pocas cuadras, por lo que no tardamos en llegar. Lo primero que notamos al entrar fue el contraste con el Kirby Café de hacía un par de días, ya que acá la decoración era un poco más sobria, aunque habían muchas cosas de Pokémon obviamente en todos lados. El menú era menos variado, aunque encontramos dos adorables platos para cada elegir.

Pikachu and Charmander’s Best Friends Forever Curry Plate.
Snorlax’s Tummy Filling Nap Lunch Plate.

Aunque había una TV donde se presentaban videos de la serie, no tenía audio, ni tampoco había música ambiente. La comida era, en buen chileno, “piola”, lo que hacía que su precio se sintiera más pesado que lo rico que fue el Kirby Café. Sin embargo, y era algo que teníamos en mente desde antes, este lugar tenía una mayor orientación hacia un público de menor edad (menor edad que dos viejos que vieron salir los primeros juegos, jeje), y habían muchos niños junto a sus padres. Varias mesas estaban ocupadas por turistas de distintos continentes, felices de estar ahí. Pero justo antes de terminar y declarar que el Kirby Café fue más hermoso, apareció.

¡Un enorme Pikachu cocinero!

Con ayuda de una presentadora, Pikachu recorrió los distintos sectores, saludando a los clientes y generando un ambiente alegre, donde el público participaba en sus bailes y coreografías. Era divertido ver a gente de todas las edades aplaudiendo y sonriendo ante esta intervención de Pikachu. Los pequeños estaban particularmente emocionados y me imaginé al yo de 8 años ahí… Habría estado igual.

Me sentía muy feliz y a la vez triste por el inevitable final de todo, ya era cuestión de horas.

Posterior a esto, salimos con una sonrisa que no esperábamos del lugar. Justo afuera se encuentra el Pokémon Center TOKYO DX, donde un enorme Snorlax ya nos había recibido cuando llegamos al Café.

Pokémon Center TOKYO DX.

El tiempo se escapaba de nuestras manos, sin detenerse. Elegí no ir a la exhibición de Pokémon en la Azabudai Hills Gallery, otra cosa que quedaría fuera del viaje. No importaba. Quería que las últimas horas fueran tranquilas y no seguir corriendo ya. Había sido un día feliz y lo pasamos bien.

Nos quedaba media hora de sol y 3 km nos separaban del hotel, así que nuestras piernas harían un último esfuerzo. Cuando el sol abandonó el escenario, éste se iluminó desde los árboles que anticipaban la navidad.

Las calles de Tokyo se llenan de luces cuando se acerca la navidad.
Tokyo desde el puente Eitai.

Una última detención en Mister Donut, donde tenían una gran variedad de donas y roscas, y luego llegamos al hotel, cansadísimos. Eran las 20:00 y sólo teníamos unos minutos para nuestra actividad final, con la que cerraríamos la aventura en Japón.

Aunque antes algo apareció en la TV que llamó nuestra atención. Era un programa, al parecer llamado Pokemaru Master, donde un miembro de la banda Snow Man se internaba en la naturaleza en búsqueda de fauna. Todo esto con la estética y estilo de Pokémon, recorriendo senderos mientras ponían atención a rastros de distintos animales, vocalizaciones y con eventuales encuentros con distintas especies de Japón. De hecho, el objetivo principal de esta ocasión era el ave nacional de Japón, el Green Pheasant (Phasianus versicolor). Me gustó mucho la idea y me recordó la recurrente comparación entre la observación de aves y el atrapar Pokémon.

Ahora sí, cumpliríamos el gran pendiente del viaje: sushi. Un rato antes vi uno con buenísimos comentarios en Maps, que estaba cerca del área. Y similar al primer sushi que nos llamó la atención al inicio del viaje por tener una Honda Super Cub 50 afuera, acá también había una en la entrada. Así llegamos a Suehiro Sushi.

La entrada de Suehiro Sushi.

El interior era pequeño y acogedor. Nos saludó el dueño y su pareja, ambos atendían el lugar. Habían tres personas además de nosotros, los únicos clientes, y era un ambiente tranquilo. El dueño conversaba amablemente con una pareja, mientras sus manos preparaban de forma veloz y segura las piezas de sushi.

La hora de cierre se acercaba y pronto fuimos los únicos clientes. Pedimos el que se veía más genial del menú y ambos comenzaron a prepararlo. ¡Se veía fantástico! Al fin podríamos probar el sushi.

Por todo lo que no comimos, nos dimos el gusto del mejor nigiri que tenía. ¥2.000

Pronto el dueño comenzó a conversar con nosotros y se alegró de escuchar que estaba muy rico. Después llegó la pregunta que vimos venir, “Where have you been?“. Le comentamos que era nuestro último día, con pena, y una vez más mencioné los lugares que recorrimos en orden, mientras con mi dedo dibujaba el recorrido en un mapa invisible entre nosotros. Primero hacia el norte, “tanchō, risu, umineko, mejiro…” (un repaso por la fauna que vimos). “Hokkaido hontoni samui!!“, había que mencionar el frío de Hokkaido. Reía al escuchar todo, pero cuando dijimos que todo esto fue andando en una baiku se entusiasmó. Nos contó que también andaba en moto, mientras le preguntaba a su pareja si recordaba y hacía el gesto de acelerarla mientras imitaba el sonido del escape. Esta representación y la cara de su pareja nos dio la idea de que quizá tuvo su juventud bōsōzoku.

You must come back to Japan!“, fue lo que nos dijo mientras nos regalaba dos adorables dulces con firma de sushi y se despedía de nosotros. Fue una experiencia linda y emotiva, ¡y también muy rica!

En el hotel comimos nuestros dulces mientras vivimos un último horror con nuestras maletas, así que sólo quedaba doblegar las leyes de la física una vez más. Ambos estábamos extremadamente cansados, con mucho sueño y fue un momento estresante. Al final se logró. Nuestra última noche en Japón.

9-nov. [Tokyo – New York]

La alarma entregó movimiento a la habitación inanimada. Teníamos sueño, pero el vuelo se encargaría de eso. Bajamos por nuestro último desayuno, mientras mirábamos por la ventana hacia la calle, sabíamos que hoy ya no podríamos salir al parque Kiyosumi.

Un taxi nos daría el viaje final hacia el aeropuerto a las 8:15. Con una sensación similar a cuando partimos desde Providencia en Santiago, viendo todo por última vez, sólo que ahora no había expectación por lo que vendría, en cambio había emoción por lo que vivimos y tristeza por su final.

Llegamos al aeropuerto a las 8:50, mientras que todo a mi alrededor era como ver una película al revés. Encontramos nuestra puerta de embarque, pero antes de subir, fui a buscar una última cosa que vi un poco más atrás. Volví con dos onigiri de atún-mayo y dos peluches de Pikachu que habían en una máquina. Nuestros últimos recuerdos. El final del viaje. A las 11:11 nos tomamos nuestra foto final y a las 11:30 el avión despegó.

Una vez más nos vimos volando sobre el mar de nubes. Formaciones hermosas podrían haberse confundido con un bosque blanco cubierto por la nieve. Fue un momento de alternancia entre una gran alegría y la pena de partir, un momento de recolección de recuerdos y de una inmensa gratitud.

El avión volaba sobre Honshu y yo trataba de dibujar nuestra última ruta en moto, desde Oarai hacia Tokyo. Luego todo volvió a ser un mar de nubes.

Eventualmente nos dormimos, dejando Japón atrás.

9-nov. [New York – Santiago]

Los viajes en el tiempo son reales. Habían pasado 13 horas de vuelo, pero en Estados Unidos el sol estaba por salir, para dar inicio al 9 de noviembre, otra vez. La oscuridad más abajo permitía ver algunos puntos iluminados, que eran pequeñas localidades de Alaska y Canadá.

En el aeropuerto JFK vimos un Dunkin’ Donut y el hambre nos asediaba, así que pensamos que sería una buena idea, algo que de vez en cuando nos ha salvado en Chile. Fue un gran error. Abajo de una abundante capa de azúcar se encontraba un muffin, que era exageradamente dulce. Pero lo peor fue mí café y el té de Feru, ya que era insoportable lo dulce que estaban. No pudimos comer por completo nuestros muffins y yo hice el intento de tomar la mitad de mi café, para luego tener que ir a botar el resto al baño. Ahí pude ver con horror como una gran costra de azúcar se esforzaba por escurrir fuera de los vasos. Agregarle azúcar o la cantidad nunca fue opcional, y para dos personas que no le agregan azúcar a nada, fue horrible. Luego recordamos el país que corona los rankings de obesidad en el mundo… Y también que Chile está peleando en el mismo ranking. Oh no.

Teníamos que esperar casi 8 horas para seguir nuestro viaje, las que por fortuna pudimos pasar en el Delta Sky Club (¡nuvamente gracias, pequenes!), donde dormimos a ratos y comimos muy poco.

La hora del vuelo llegó y en la fila se sentía el familiar ambiente chileno, con una absurda discusión escandalosa entre una señora y un joven. Una vez a bordo, nos apresuramos a revisar la selección de películas. Y sí, ¡sería vuelo de maratón de El Señor de los Anillos nuevamente! Una última alegría en el vuelo final. A las 18:30 despegamos y dimos play a nuestra maratón estereoscópica.

It’s wonderful to see you, Gandalf!

Al despertar ya estábamos sobre Chile, con la familiar bienvenida de la Cordillera de los Andes y el Aconcagua sobresaliendo por encima de todos. Santiago apareció bajo nosotros.

Estábamos en Chile otra vez. Feru estaba muy triste, con el paso de los días notaría que yo también. Antes de recoger nuestras maletas (nuestras preciosas loot boxes), vivimos la fantástica experiencia del recién estrenado sistema de control migratorio, que nos tuvo más de una hora esperando, mientras pasajeros de tres vuelos colapsaron el área y sus justificadas quejas iban in crescendo. Un taxi nos llevó a casa, viendo nuevamente la película de nuestro ansiado 13 de octubre al revés.

El final del viaje.


Epílogo

Luego de una recuperación forzada de horas de sueño, el sol sobre el horizonte pintaba los edificios con el mismo color naranjo que vimos al otro lado del mundo.

Una caminata para comprar pan me recibió con el viento fresco de primavera, autos tocando sus bocinas, nubes sobre el glaciar El Plomo y el cerro Ramón. Alguien fumaba frente a mí, mientras luces LED y alógenas comenzában a encenderse. Todo lo que me es familiar, pero ahora levemente diferente. Algo levemente diferente dentro de mí, acompañado además de un enorme sentimiento de gratitud. Bueno, ya estoy de vuelta.

Fin

How do you pick up the threads of an old life? How do you go on, when in your heart, you begin to understand, there is no going back?

«¡Agradezco a quienes me acompañaron también en el viaje leyendo hasta aquí!»

Distancia total Kanto: 141 km

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