La historia del zorro

Podría partir el relato de la siguiente forma: “Un zorro culpeo me enseña sus dientes, tal vez como advertencia a no dar un paso más.”

Podría titular esta foto como “Salvaje”, como “Intensidad”.
¿Qué pensará el que sólo ve la imagen?

Creo que a muchos nos apasiona ver en los ojos de los animales y sentir esa intensidad que transmiten, sentir que son salvajes, que su mundo es intenso, que son libres. Creo que no deben ser pocos los que en algún momento han fantaseado con ser parte (o “volver”) a ese mundo.

Creo que también muchos sienten el deseo de que esa naturaleza salvaje no lo sea tanto, que nuestra mano humana pueda tocar sin miedo, poder controlar y domar lo salvaje. Una naturaleza domesticada, una donde no nos sintamos amenazados, donde no seamos un animal más a merced de los elementos.
¿Mejor contar todo?

Me gustaría poder contar una historia salvaje, que su mirada fuera tan intensa. Me dio algo de pena. Este zorrito estaba al lado del camino en una de las tantas vueltas de mi aventura a Farellones con nieve. Al principio me emocioné mucho. Luego vi las bolsas plásticas, vi la basura… y este bello zorro culpeo que no se inmutó al sonido de mi moto a pocos metros. Me dio mucha pena. ¿Es la clase de naturaleza que nos gusta? ¿Aquella que se acerca sumisa a nosotros, aquella que nos hace gracia?

Esos dientes son sólo la fracción final de uno de sus cuatro confiados bostezos.

Lo observé por largo rato, le tomé varias fotos, me gustaron muchas, me gustó poder admirarlo, verlo bostezar a tres metros. Igual no puedo evitar sentir que no tiene tanto mérito, que no es tan salvaje, que fue quizá como tomarle la foto a un perro en un jardín.

Después de todo,

“Eres responsable para siempre de lo que has domesticado”, dijo el zorro.

Antoine de Saint-Exupéry, El Principito

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