[del 22 de julio, 2022]
La noche anterior tenía la ruta trazada. Pero luego de pensar durante un par de horas antes de dormir, puse mi firma y sello sobre el decreto que indicaba que no saldría a ningún lado, porque no tenía ganas de hacerlo.
Aún así puse el despertador, que sonó unas cinco veces, hasta que dije “ya, aquí voy”. Algunos sugieren salir a pasear para olvidar los problemas, para alejarse de ellos, para tener otra perspectiva… En mi caso, decidí sacarlo (yo) a dar una vuelta.
El plan: un circuito que cruzaría cuatro cuestas cercanas a Santiago, repartidas entre las regiones Metropolitana y Valparaíso. Hace unos años pude hacer algo similar con una vuelta por cuesta Lo Prado y cuesta Barriga. También he tomado la cuesta La Dormida un par de ocasiones (mi favorita). Las cuatro cuestas de esta vez serían Mallarauco, Ibacache, Zapata y Barriga. Esperaba haber agotado los infortunios del mes, ya la semana pasada pinché LAS DOS RUEDAS en una misma vuelta por Santiago. La delantera con una piedra afilada y la trasera con una espina.

El día amaneció despejado y se mantendría así todo el día. Salí a las 10:00 de casa con rumbo al primer objetivo, la cuesta Mallarauco, tomando el camino a Melipilla hasta llegar a Peñaflor y cruzando el puente Pelvin. Carteles de “Pavimento Resbaladizo” aparecían cada cierto rato a medida que subía. Algunas curvas eran bastante cerradas y la ladera sur por la que subía estaba mojada por el rocío. ¡Se sentía resbaloza en verdad! Así que sólo quedaba subir con calma. El punto más alto de la cuesta Mallarauco tiene 643 m de altura, donde hay una animita a un ciclista. Cantaban aves como la turca, chincoles y la viudita.

El camino principal cruza el pueblo de Mallarauco y llega hasta Bollenar. Intenté un desvío para ver un humedal artificial que vi en eBird, pero no estaba tan a la vista, por lo que preferí continuar el camino. En Bollenar tomé el camino hacia el noroeste, cruzando los pueblos de Chorombo e Ibacache.
La cuesta Ibacache tiene una suerte de doble cima, de unos 385 m de altura, separadas por 4 km. Bastante más amigable en sus curvas respecto a la cuesta Mallarauco, aunque no tenía un lugar muy bueno para detenerse. A menos que andes en moto, en ese caso cualquier rincón seguro sirve. En la cima oriental, que divide las regiones Metropolitana y Valparaíso, me detuve un rato a descansar. Habían lagartijas y varias aves, entre ellas diucones, cachuditos y un churrín del norte que cantaba cerca.


Una vez abajo, ahora en la región de Valparaíso, el camino continuaba hacia el pueblo de Los Maitenes, hasta conectar con la ruta F-90. Consideré seriamente dar una vuelta por Casablanca, Tapihue y Pangue, evitando la autopista, pero no estaba seguro si las horas de sol me alcanzarían. Además que me apartarían de la cuesta Zapata. Oh bueno, serían un par de kilómetros aburridos a alta velocidad por la ruta 68.
La cuesta Zapata, sinceramente, me pareció la menos atractiva. Su principal objetivo es el tránsito de camiones con cargas peligrosas, algo que los carteles recordaban a cada rato. Con sus 610 m en su punto más alto, es bastante cerrada en cuanto a panorámicas, especialmente hacia el oriente. También es pobre en lugares para detenerse. Es posible que el tema de los camiones sea el motivo. Paré unos minutos y un canastero chileno vocalizaba cerca. De vuelta en la Región Metropolitana.

La ruta siguió a ritmo de autopista, aunque gran parte del tramo lo pude hacer por la calle local. Más tranquilo, a pesar de compartir el soundtrack ruidoso de la autopista que va justo al lado. En Curacaví, ir por la calle local significó pasar junto al estero Puangue, con bastante agua por las últimas lluvias. Al llegar a Los Panguiles, aparece el camino a cuesta Barriga, dejando atrás la autopista al fin.
La última de la lista, la cuesta Barriga. Es la más alta de las cuatro del recorrido, con 683 m en su punto máximo. También fue la más transitada, sumado a trabajos en varias partes de la vía, que cortaban el tránsito. Como era de esperar, siendo un clásico entre motociclistas, me crucé con una veintena de motos que iban o venían. La primera vez que pasé por aquí fue en otoño del 2018. Ahora, me llamó la atención la gran cantidad de barreras de concreto que han puesto a lo largo del camino. De hecho, una de las principales paradas y mirador estaba casi todo bloqueado, excepto por un pequeño espacio, donde varios motociclistas podían detenerse. Paré un momento en un espacio entre las barreras y tomé las últimas fotos antes de continuar. Más allá de esto, la cuesta ahora sólo tiene un mirador “oficial”, que es hacia el lado oriente.


De vuelta, Santiago me recibió con sus enormes tacos, especialmente para quienes iban saliendo. A pesar de todo, llegué hasta el hangar sin problemas y con ambas ruedas infladas.
Fue una agradable ida y vuelta, excepto el tramo por la autopista. Me alegro de haber podido juntar el ánimo para salir y recorrer lugares que no conocía. No sé si la próxima ruta será hacia la nieve o al mar, veremos qué ocurre.
¡Hasta la próxima!



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