Esta es la primera parte de la aventura en Japón 「2ª temporada」
Prefacio
“No te preocupes. Algún día vamos a poder volver.” Era noviembre del 2024 y por la ventana del avión veíamos la bahía de Tokyo bajo nosotros, también el lago Kitaura, que bordeamos en moto y el puerto de Oarai, luego todo quedó bajo el mar de nubes. Durante los meses siguientes me dediqué a escribir del viaje, revisar y ordenar cientos de fotos e imaginar el día que podría regresar seguir recorriendo.
En febrero, nuestro verano, vimos cómo una tormenta de nieve de niveles históricos azotaba Obihiro, donde Takahara-san nos obsequió café y galletas. En marzo supimos de casualidad que Ryū Ryū Ramen, donde Mitsue-san nos guió en la estación Shin-Sapporo, se despidió de sus clientes y cerró. Y durante prácticamente todo el año hemos visto cómo los osos causan revuelo en las noticias a lo largo de casi todo Japón.
En agosto, luego de convocar al consejo de neuronas unidas, de una larga deliberación y de asegurarnos que no volveríamos (tan) pobres, buscamos los pasajes. (Después de todo, ¿por qué no? ¿Por qué no debería volver a Japón?) Y si bien el año pasado le comenté a un par de personas sobre el viaje antes de irnos, esta vez sólo le comenté a mi familia unas semanas antes. “Adivinen dónde vamos este mes otra vez“
Los días pasaron rápido, al menos cuando no estábamos en medio del tornado de problemas que nos golpeó en septiembre. La última semana antes del viaje me tocó trabajar en terreno, un lugar horrible con comida horrible, la que desafortunadamente casi nos mata a todos. Las maletas las armé, otra vez, la noche anterior al día del viaje.
Y así, con una reserva de 6 noches en el mismo hotel de Tokyo, otra reserva para una Yamaha Tracer 9 GT y un bosquejo de la ruta, que en su momento parecía realista, partimos hacia nuestra segunda temporada en Japón.
25-oct. [Santiago – New York]
¡Aquí comienza la segunda temporada de nuestras aventuras en Japón! Y tengo suerte de estar aquí, comiendo un par de helados en el lounge LATAM otra vez, ya que hace sólo dos días, en terreno, la comida maldita acabó con todos. ¿Qué tan mala estaba la situación? “¡Todo mi maldito pelotón está muerto!”
Ayer tenía la idea de haber alcanzado el estado zen respecto al viaje, sin nada que pudiera estresarme ni perturbar mi paz interior, pero hoy vi que sólo era una ilusión y una ansiedad creciente me invadió. Fue particularmente angustiante y triste despedirme de Jango, mi gato, ya que por primera vez se quedaría solo en el departamento. Lo que me daba un consuelo fue haber comprado una cámara de seguridad que nos permitiría tener alguna idea de cómo seguía todo en nuestra ausencia. “Nos vemos a la vuelta. ¡Eres el mejor!” y un abrazo. Quedó echadito sobre la cama, como siempre.

Entramos al aeropuerto con la confianza de alguien que ya se pasó el juego, por lo que ya sabíamos el qué, cómo y dónde. De esta forma, llegamos al anticipado lounge LATAM y me aproveché de los jugos y los helados, jeje.
Cuando llegó la hora, nos dirigimos al avión, subimos y, antes de perder contacto con la civilización, le di una última mirada a Jango a través de la cámara. Estaba en el sillón, flojeando, como siempre. Una mezcla de tres cucharadas de tranquilidad y dos pizcas de pena, pero confiando en que estaría bien.

Despegamos a las 23:14 y el panorama estaba claro: ¡Maratón de El Señor de los Anillos! O al menos esa era la idea…

Unos minutos más tarde la ñoñería aumentó un 50%, cuando el pasajero del frente también puso lo mismo.
26-oct. [New York – Tokyo]
Arwen no alcanzó a llegar a Rivendell con Frodo y me dormí (Elrond tenía razón, “los Hombres son débiles”), increíblemente de forma cómoda e ininterrumpida durante unas cinco horas. Desperté poco antes del amanecer. Al rato vi que entre las películas se encontraba Ghost in the Shell (1995) y pudimos verla completa antes del aterrizaje. Fue una experiencia hermosa y emotiva, incluso con algunas lágrimas, algo que no esperaba luego haberla visto ya ocho veces antes sin que eso pasara.

Cuando llegamos al aeropuerto John F. Kennedy, en Nueva York, sabíamos exactamente dónde ir, pero al parecer no sabíamos dónde enviar las maletas ya que las mandamos por una cinta que no correspondía. ¡Espero que lleguen! Cuando pasamos por migración, el azar (la mujer que dirigía la fila) nos hizo pasar con el único funcionario que no habría esperado. Ahí estaba, un hombre negro con el pelo ligeramente largo. Saludé con un “good morning!” alegre en el rostro y nos preguntó dónde íbamos. “Japan“, contesté. “Oh, Japan! …Again!”. ¡Era el mismo funcionario que nos realizó el control hacía un año! Fue amable y terminó el trámite con un “See you next year!“.

Dos mujeres que lucían algo desorientadas me preguntaron cómo llegar al terminal hacia Haneda. “Sígannos”. Un nuevo momento de usar la vasta experiencia de haber estado ahí sólo una vez antes. Ambas eran de Buenos Aires, madre e hija, en su primer viaje juntas a Japón. La madre era descendiente de padres japoneses. Ahora nuestro equipo se conformaba por cuatro personas. Más adelante se sumaría una quinta, una mujer de Viña del Mar, quien también volaba hacia Haneda. ¿Cómo llegamos a esto?
Al llegar a la puerta 18, la excusa de buscar un asiento cerca de un enchufe y de una ventana para pajarear nos separaron del creciente y conversador grupo. Se quedaron hablando incesantemente durante las dos horas que tardamos en abordar.
Me alegraba mucho poder ver a Jango por la cámara. Dormía, dormía… y también se estiraba a veces.
¡Despegamos! Ya vamos rumbo a Tokyo y llegaremos en sólo 14 horas. Lo bueno es que al revisar las películas estaban todas las de Star Wars. Oh, espera, ¿el episodio IV no está?

No sé cómo, pero durante las siguientes nueve horas logré ver los episodios I, II y III, para finalmente quedarme dormido.
27-oct. [Tokyo]
Apenas dormí un par de horas antes de que comenzara el espectáculo del mar de nubes al mirar por la ventana. Es uno de los paisajes más preciosos de la vida a mi gusto, que sólo se puede apreciar desde el aire o sobre las montañas. Lo adoro. Podría contemplarlo por horas, pero el descenso nos sumergió en las nubes demasiado pronto.


¡Aterrizamos! ¡¡Estamos de vuelta!!
El proceso de entrada fue más sencillo esta vez, aparte de ahora haber avanzado el trámite en su forma digital. Otra buena noticia fue ver que nuestras “maletas de Schrödinger” aparecieron también. Y también que, a diferencia del año pasado, no hacía calor, así que fue todo más agradable.


Una visita rápida al BicCamera por refrescos y las SIM que usaríamos durante nuestra estadía nos volvió a juntar con las viajeras argentinas y al rato también apareció la de Viña del Mar. Las tres estaban en el mismo trámite de la SIM, pero a ninguna le estaba resultando la configuración y la que más garabatos exclamaba en su frustración era nuestra compatriota. Me las di de servicio técnico y en cosa de minutos tenía cinco celulares configurados y operativos con internet.
Tratamos de enviar nuestras maletas hacia el hotel por el servicio que se ofrece para ello e irnos en Metro, pero el envío costaba casi lo mismo que el Uber, así que optamos por lo segundo. Oh bueno, lo intentamos. Fue genial volver a vivir ese recorrido por las autopistas de noche. Llegamos al mismo Comfort Hotel Tokyo Kiyosumi Shirakawa del año pasado, en el barrio Koto. ¡Esta vez revisé bien que no se me quedara nada al bajar!
En el hotel nos recibió otra cara conocida: el recepcionista sonriente, quien además nos reconoció al vernos llegar. Nos dirigimos al piso 9 y entramos a nuestros familiares 13 m2 de habitación. ¡Lo logramos! No podía dejar de sentir que teníamos un reinicio a donde quedamos el año pasado, apreciando mucho esta nueva oportunidad. ¿Y dónde quedamos el año pasado? Oh sí, Trump acababa se salir electo y era omnipresente en la TV. Un año después, lo primero que vimos en la TV al encenderla fue que Trump estaba de visita en Japón. Que extraña secuela es esta.


No perdimos mucho tiempo dejando nuestro equipaje para poder bajar a una caminata nocturna (¿qué es el cansancio?). En el FamilyMart de afuera pasamos por dos Famichiki, dos onigiri y dos cajitas de leche, y partimos hacia el Parque Kiyosumi. Allí pudimos disfrutar de comer rodeados de una pequeña y ruidosa sinfonía de tres especies diferentes de grillos y lograr grabar nuestro primer murciélago de Japón con mi micrófono ultrasónico.
¡Espero que mañana sea un gran día!
28-oct. [Tokyo]
Dormí muy bien, aunque con calor y no lo suficiente para recuperarme por completo. Ya me golpeará el sueño durante la tarde, lo veo venir. El desayuno nos devolvió la vida al cuerpo y nos reafirmó que este hotel era el mejor dentro de lo sencillo. Apenas terminamos salimos a nuestro ya clásico panorama de las mañanas: visitar el parque y jardín Kiyosumi. Había algo de nubosidad cubriendo el cielo y eso me bastaba para anticipar un día agradable.


En el parque habían bastantes cuervos, bulliciosos y enormes, además de algunos otros pajaritos ocultos en el follaje de los árboles. Sentí mucha alegría de estar ahí otra vez, recordando cómo me sentía durante la última visita del año pasado, sin saber si podría volver a verlo. Un cartel advertía sobre los cuervos y no pasó mucho para tener un encuentro cercano con esta perversa y amenazante criatura. ¡Cómo no querer a estas maravillas! Se han vuelto de nuestras aves favoritas de acá.


ハシブトガラス | hashibutogarasu
Para cuando dieron las 9:00 ya estábamos en la puerta del jardín y fuimos los primeros en entrar. Estaba precioso. Tan lindo como recordamos durante todo un año al que se convirtió en nuestra definición de un jardín japonés. La calma. No bastó mucho para que apareciera el primer lifer del viaje: una jōbitaki. También apareció una hembra de Masked Bunting (Emberiza personata) entre las ramas de un árbol. ¡Qué suerte! Sobre el estanque volaban decenas de aosagi. Garzas que hacen de los árboles del jardín sus dormideros.



ジョウビタキ | jōbitaki

アオサギ | aosagi
Al mediodía nos dirigimos hacia Ikebukuro, ya que teníamos una importante misión allí. En el Metro conseguimos las tarjetas Pasmo (el equivalente a una tarjeta bip! de Chile, aunque sirve para pagar otras cosas) que el año pasado fueron imposibles de hallar. Ese apreciado silencio del vagón nos envolvió, contrastando con el ruido, los videos en altavoz y los parlantes de vendedores en el Metro de Santiago.
Una vez en Ikebukuro, nos dirigimos primero al edificio Otomate, donde se ubicaba U-Treasure. Aquí es donde comienza a sonar “The Prophecy” de la banda sonora de La Comunidad del Anillo:
Todo comenzó con la forja de los Grandes Anillos. Dos fueron entregados a los santiaguinos, los más sorprendidos de todos los chilenos, que por encima de todo desean poder viajar a Japón. Porque dentro de estos anillos estaba ligada la fuerza y la voluntad para permanecer juntos.

Caminamos después por la misma calle hacia el edificio Animate de Ikebukuro, ¡donde casualmente descubrimos que tiene el récord Guinness (2024) de ser la tienda de anime más grande del mundo! Nueve pisos de merch: libros, discos, peluches, figuras, maquetas y un tremendo etc. Nueve pisos cuyas escaleras acabaron con la poca energía que me quedaba para el día. Aparecieron dos de los demonios habituales: el hambre y el cansancio, colgándose cada uno en una de mis piernas.


Decidimos que lo mejor sería volver a Kiyosumi-Shirakawa y poder comer allá, bajando al Metro sin darnos cuenta que junto a nosotros estaba la Evangelion Store…

Arrastramos lo que quedaba de nosotros hacia la habitación del hotel, aunque la idea de visitar Suehiro Sushi a dos cuadras nos dio el impulso que nos faltaba. El año pasado este fue el último lugar que visitamos en la noche previa a tomar el vuelo de vuelta, comiendo el primer y único sushi del viaje para despedirnos, así que fue una experiencia feliz y triste.

Me gusta mucho este lugar, ya que tiene un estilo tradicional y los que atienden son muy amables. Nos sentamos en el mismo lugar que la vez anterior. Vimos al dueño preparando un pedido junto a su pareja para dos clientes sentados en el extremo opuesto del local. Sonreía y conversaba de la misma forma que recordábamos. Realizamos el mismo pedido con el que cerramos el viaje anterior para dar inicio a este. Me preguntaba si nos recordaría, pero eso no ocurrió. ¡El sushi estaba muy rico!

Hicimos una visita nocturna al parque Kiyosumi en busca de insectos antes de regresar a dormir (un gran anti-panorama de masas). No hallamos nada con la linterna ni con el micrófono de murciélagos.
29-oct. [Tokyo]
Un buen descanso y un buen desayuno para comenzar un buen día. La tradición dictaba ir temprano al parque Kiyosumi, donde vimos hartos pajaritos y también unos tremendos hongos Ganoderma. No estuvimos demasiado rato ya que teníamos una reserva en Shinjuku en el BOX cafe&space, siendo uno de esos momentos clave en la vida de un hombre… ir a almorzar a la colaboración del lugar y Kuromi. “Q: Are We Not Men? A: We Are Devo!“
La estación Shinjuku de vez en cuando aparece en redes sociales presentada como el laberinto supremo, casi el Templo del Agua del Ocarina of Time, por lo que iba con la idea de que sería terrible. ¡La estación era enorme realmente! Combinando más de una decena de líneas diferentes, con 52 plataformas y más de 200 salidas. Se estima que diariamente mueve a más de 3,5 millones de pasajeros. Afortunadamente, logramos encontrar la salida de forma bastante directa. Y así como el año pasado nos encontramos de sorpresa con el famoso cruce de Shibuya, esta vez lo primero que vimos en el exterior fue a la celebridad de la estación: el gato 3D.

Al poco caminar llegamos al BOX cafe&space, el cual realiza distintas colaboraciones temporales y ofrece comida temática. Comí el curry más raro hasta ahora, un curry morado, pero estaba bueno. Y ya que el menú tenía un helado, sabía cómo terminaría la cosa.

Nos dirigimos ahora hacia el Jardín Nacional Shinjuku, ubicado a pocas cuadras hacia el oriente de la estación. En el camino encontré un ratón muerto. ¿Por qué es relevante esto? No mucho, pero al menos valía la pena subirlo a iNaturalist. Lo que sí fue divertido fue la cara de una gringa al pasar por el lado, con una mezcla de ceño fruncido, repulsión y “My love, why is that man taking photos of a dead rat?“. Un día más en la vida del que anda mirando animales. Oh, bueno.
Llegamos al jardín, donde se paga una entrada de ¥500 y puedes disfrutar de un gigantesco parque y sus distintos estanques. El cielo se había nublado por completo y estaba perfecto para caminar. Muchos de los árboles lucían altos y antiguos, con múltiples hongos de formas y colores variables, tanto en sus troncos como en el pasto que los rodeaba. Los estanques eran grandes, pero a pesar de esto tenían menos aves acuáticas en comparación al pequeño estanque del jardín Kiyosumi.
Al darle la vuelta al estanque Tamamo, divisé a “uno de los nuestros”. Un japonés con gorro de ala ancha, cámara con teleobjetivo sobre un monopié y de movimientos lentos. “Ya sé qué está pasando aquí”, pensé. Al acercarnos con cuidado, usé una de esas frases pajareras de primera necesidad que había aprendido: “nani o mite imasuka?” (‘¿qué estás viendo?’). Y, casi como si parte del pasado se mezclara con el presente, su respuesta fue “kibitaki“. Mis ojos se abrieron por la coincidencia. Esto era un reboot con el Narcissus Flycatcher de Ueno. Esta vez se trataba de un macho, pero tristemente no logramos verlo. El japonés nos dijo que aparecía una vez cada media hora o algo así, así que estaba difícil.

Cuando cruzamos el estanque Naka-no-ike, una familia china sonreía mientras se tomaban una foto con el agua de fondo. Una escena que poco llamaba la atención, hasta que un hombre gringo entró en ella. Entró y se hizo notar. “May I take your photo? Boooring! Let’s make something fun!!“. La foto de una familia sonriente en un jardín japonés pasó a ser una foto ahora dirigida por el fotógrafo, con poses exageradas, brazos en alto y caras que simulaban un grito de alegría. En la radio de mi cabeza, FM Ariel, había comenzado a sonar Black Hole Sun…
Antes de salir por el lado sur del jardín, un giro fortuito en un camino nos llevó a una escena que sacudió la calma del paseo, ya que a un costado del camino, donde las hojas secas se acumulaban junto a la tierra, estaba tirada boca abajo una anciana japonesa. ¡Oh no! Nos acercamos rápido a ayudarla y preguntarle cómo estaba. En su rostro noté la expresión de alguien que trataba de entender cómo llegó al suelo y nos extendió su mano pidiendo ayuda. “Tasukaremashita!” (‘¡me han salvado!’). La miramos sentarse en la banca cercana, viéndose sola y pequeña. Su imagen en el suelo y de su frágil caminar nos perseguirían en nuestras cabezas las siguientes horas.
Nuestros pies ahora nos llevaron hacia el santuario Meiji, un poco más hacia el sur. El lugar nos impresionó con sus tremendos árboles en la entrada, creando un túnel verde enmarcado por un torii.

Avanzamos por este túnel, admirando los árboles antiguos y las lámparas de madera, que para esa hora ya estaban encendidas. La luz del sol se filtraba entre las hojas de forma preciosa, la definición de komorebi, y decenas de cuervos vocalizaban sobre follaje mientras regresaban a sus dormideros. Algunos senderos aparecían aquí y allá, a ambos costados del camino principal, lo que me hacía pensar en cuánto tiempo podría pasar explorando todo el lugar.

La cantidad de gente iba en aumento a medida que avanzamos, lo que anticipaba cómo sería la situación en el santuario, donde decenas de personas se aglomeraban donde se vendían los omamori, omikuji y algunas artesanías. Por otro lado, había una fila moderada para conseguir un goshuin.
Nuestra idea de alcanzar el parque Yoyogi se desvanecía al igual que el sol, por lo que, ya resignados a no llegar con tiempo suficiente, usamos la poca luz que quedaba para visitar el jardín imperial del santuario Meiji. Pagamos una entrada de ¥500 y el camino nos guió hacia el estanque Minami, donde un lindo gazebo junto al agua fue el lugar perfecto para una pausa para comer los sándwiches que compramos hacía un rato. Una pausa apresurada, en embargo, ya que escuchamos la campana que anunciaba el cierre del lugar, por lo que no pudimos recorrerlo todo.



Antes de volver al hotel, pasamos rápidamente a la Character Street de la estación Tokyo. Había tanta gente como el año anterior, pero estábamos en mejor forma que aquella vez. Además, ir preparado mentalmente para la multitud ayuda un poco a que sea más tolerable. Visitamos el Kirby Café Petit, la Pokémon Store y un par de otros.


Y ahí estábamos, saliendo una vez más de la estación Tokyo con un par de bolsas, cansancio y hambre, pero esta vez decidimos desafiar todo eso y caminar los 3,5 km hacia el hotel en Kiyosumi-Shirakawa. La ciudad de noche y los ríos desde los puentes deben haberse visto aún mejor de lo que pude apreciar, ya que mi cerebro iba lentamente apagándose por partes. Aunque lo primero en apagarse fue mi celular, ya que su batería no alcanzó a cruzar el río Sumida.

Cuando llegamos, fuimos de inmediato en busca de un okonomiyaki para comer, deuda pendiente de la visita anterior, pero tristemente pasó lo mismo que nos impidió comerlo esa vez: estaba cerrado. ¡El mundo aleja el okonimoyaki de mí! Terminé comiendo un crepe del carro misterioso que, cuando uno menos lo espera, se materializa justo afuera de la estación Kiyosumi-Shirakawa.
Antes de dormir, una desafortunada llamada desde Santiago trajo malas noticias, haciendo que el drama que nos ha agobiado todo el año (al cual, para fines de este relato, simplemente llamaré El Gran Mal) viajara desde el extremo opuesto del mundo a nosotros a la velocidad de la luz para escupir cortisol sobre nosotros. Nos terminamos acostando muy tarde a causa de esto, lo suficiente para ver que la alarma sonaría en apenas dos horas más. Deprimente.
30-oct. [Tokyo]
Dormimos poco, pero el cuerpo sabe lo que hace e ignoró la alarma para forzarnos a descansar más. Así que en vez de dormir dos horas… dormimos tres. En la TV se anunciaban lluvias para mañana en la tarde. Amanecí con dolor de estómago, pero a pesar de citar a declarar a las comidas del día anterior, no logré apuntar ninguna de forma acusatoria. Aún así, salimos rumbo a Ueno.
Para variar un poco, hicimos el recorrido inverso a nuestra primera visita, entrando por el estanque Shinobazu, donde muchos patos nadaban o dormían cerca de la orilla. Una señora japonesa caminaba pajareando por la orilla con una pequeña guía de aves, binoculares y una cámara compacta. Algunos cormoranes buceaban en el estanque, saliendo con algas que utilizan para sus nidos en otro sector del cuerpo de agua.

オオバン | ōban

オナガガモ | onagagamo

キンクロハジロ | kinkurohajiro

Antes de entrar al santuario Gojoten, en el parque Ueno, vimos de casualidad una mantis en un muro, completamente inmóvil de no ser por los imperceptibles movimientos de su cabeza.

El sol brillaba, contrastando con nuestra primera vez en el lugar, cuando el cielo estaba gris y gotas caían a ratos.



En el parque Ueno hicimos una breve caminata, en la que lo primero que apareció frente a nosotros fue un puesto de helados, así que había que aprovechar. Un rico helado de flores sakura para mí. No pude evitar recordar ese fantástico helado de sakura mochi de Teshikaga, Hokkaido. Este no logró superarlo.

En esta ocasión no hubo pajareros mirando un árbol (“kibitaki“) y, a pesar de lo improbable y absurdo que me pareció, me detuve a mirar el mismo lugar por si volvía a aparecer el Narcissus Flycatcher. ¿Volver a aparecer? Si hubiera aparecido una hembra como año pasado en el mismo árbol… No habría podido evitar pensar que se mantuvo allí durante todo el año hasta este momento. Sin embargo, se trata de un cazamoscas migratorio, tendría que haber ido y vuelto al mismo árbol. ¿Cuáles son las probabilidades?



Siguiendo con el paseo rebobinado, pasamos por el templo Kiyomizu Kannon-dō, construido en 1632 y el más antiguo del país.

Mientras descendíamos las escaleras que salen del parque cerca de la estación Keisei Ueno, un triste y vívido flashback me invadió de golpe. Fue el lugar donde recibí el mensaje que me anunciaba la muerte de una gatita de mi casa.

Caminamos hacia Akihabara por una calle menor, paralela a la transitada avenida principal. Descansamos de forma breve en el parque Horin y cerca de éste hicimos una detención únicamente para ver con nuestros propios ojos algo que ya sabíamos, que el edificio que inspiró el Future Gadget Lab (Steins;Gate) ya no existía. Fuimos los últimos que lo pudieron ver el año pasado. Uno de los numerosos, pero no nunca suficientes, recordatorios de la impermanencia de las cosas y de que cada “paso a la vuelta”, “otro día”, “a la próxima sí”, resulta una apuesta contra este concepto.

Pasamos por un par de tiendas tanto para mirar como para conseguir un par de objetivos. Una visita a Don Quijote me hizo encontrar una polera y luego vino el desafío de los nueve pisos del Radio Kaikan. Estaba tan lleno como esperábamos, lo que lo hizo más llevadero, pero el haber dormido tres horas comenzaba a golpearnos, haciendo que cada piso se distorsionara espacialmente, percibiéndose más grande y pesado que el anterior.



¡Hora de comer! Bastante tarde en verdad, porque recién a las 19:00 pasamos a Lahore Curry. Estaba tan rico como lo recordábamos, reafirmando su lugar como nuestro curry favorito. Y esta vez nada de “black curry” ni de picante nivel 4… Ya aprendí.


Casi como si se tratara de una prueba, optamos por caminar los 4 km que nos separaban del hotel. Mi espalda sufría más de lo habitual, al igual que mis hombros, aunque las piernas no se quedaban atrás. Necesito poder descansar mejor esta noche.
A pesar de que a ambos nos resulta entretenido recorrer Akihabara, el paraíso otaku, y visitar algunas tiendas asociadas al anime, manga y video juegos, me es inevitable terminar agotado y saturado. Ver tantas cosas geniales, tantas cosas lindas, tantas cosas… Mientras caminábamos de vuelta, nuestro tema de conversación giró en torno al materialismo. También es inevitable, estando inmersos en un mundo que por todos los medios posibles te trata de vender algo, aunque puedes vivir sin pensar jamás en ello. Siempre lanzarán otra figura, otro libro, otra guitarra… Siempre saldrá algo nuevo que querrás. Siempre harán una nueva edición más bonita. Y claramente necesitas tenerla. Imagina cuando ya no esté disponible. Imagina cuando ya no estés… Y todo eso sea plástico y papel sobre una repisa empolvada.
Abuser of time, if there’s something that you want
Personal Shopper – Steven Wilson (2021)
You don’t need it, but have to concede it’s making you happy
And that’s all that matters to you
“Living in the Material World” (George Harrison). “Spirits in the Material World” (The Police), “Society” (Eddie Vedder), “Personal Shopper” (Steven Wilson), y tantos otros.
Pero bueno, esto no pretende ser la exposición sobre el consumismo de un pez en su pecera, aunque constantemente trato de recordar todo lo anterior para no perder la perspectiva. Y también trato de recordar lo bien que hace caminar en un bosque y pajarear. ¡Ya pronto espero poder estar ahí!
31-oct. [Tokyo]
Hoy se anticipaba lluvia, que llegaría entre las 15:00 y 18:00. También se anticipaba con más exactitud que a las 13:25 comeríamos en el Kirby Café. Otra misión importante para hoy era ir por unas botas de moto específicas que Feru andaba buscando.
Nuestro plan maestro, el “hoy sí que lo logramos”, era visitar el jardín imperial luego de fallar el año pasado por no fijarnos que los viernes no abría. Llegamos a temprano cerca de la puerta Hirakawa, por el sector norte del jardín, donde un White Wagtail vocalizaba y se estiraba, luciendo sus plumas junto al foso. Había poca gente, por no decir nadie. “…¿Qué día es hoy?” Ahí estábamos. Dos personas frente a la puerta que no se abriría ese día, porque otra vez era viernes.

ハクセキレイ | hakusekirei
Aprovechamos de caminar junto a los fosos pajareando hacia el sur. En ellos nadaban decenas de patos, entre los más abundantes estaban el Tufted Duck, Eurasian Wigeon y Common Pochard. Avanzamos hasta que el caminar de la gente era detenido por policías en el jardín nacional Kokyo Gaien. No comprendimos al principio el motivo, pero cuando comenzamos a caminar en sentido contrario, vimos un grupo de guardias y un carro lo suficientemente adornado como para intuir quién venía adentro.


Antes de partir hacia el Tokyo Skytree, nos desviamos un poco hacia el norte caminando para llegar a la tienda Cohana Nihonbashi, donde Feru consiguió una ansiada tijera para hilos. Su propia “Hattori Hanzō” en versión tijera.
Cuando llegamos al Skytree ya sabíamos hacia donde ir, por lo que aprovechamos un par de minutos en el Pokémon Center del lugar viendo si encontraba un par de regalos para mis hermanos.


¡En el Kirby Café lo pasamos muy bien! Pudimos comer un rico almuerzo y me gusta mucho el ambiente. Mientras estábamos aquí, y considerando la hora, pensamos que podría ser mejor dejar la búsqueda de las botas para mañana temprano, antes de ir a buscar la moto a Ikebukuro.


“Tenemos que ir a la BirdShop antes de que llueva”. Ya que no iríamos por las botas, optamos por pasar a la tienda pajarera de la Wild Bird Society of Japan, en Nishigotanda, al suroeste de la ciudad. Y siendo las 15:00, con una desafortunada precisión, comenzó a llover.


Bajamos al Metro, esperando que no lloviera tan fuerte al bajarnos en la estación Gotanda. En nuestro recorrido nos tocó presenciar una de esas situaciones desagradables que tanto detestan en Japón (y en realidad en cualquier lugar). En cierta estación se subieron cuatro turistas chinos, todos ellos con sus respectivas maletas grande y pequeña, ocupando un espacio moderado de un tren que venía con una moderada cantidad de pasajeros. La situación empeoró cuando, al desocuparse dos asientos frente a nosotros, una turista se sentó a cada lado de una japonesa, envolviéndola completamente con el equipaje. Pero la parte más incómoda y directamente irrespetuosa fue cuando, luego de irse un buen rato hablando fuerte entre ellas, una extiende su brazo con su celular y lo pone inmediatamente frente a la cara de la japonesa para mostrarle alguna cosa a su amiga. La invisibilización de una persona que, aparentemente para las turistas, nunca estuvo ahí.

Un par de veces me han preguntado si es verdad que los japoneses odian a los extranjeros. Si bien siempre hay gente que detesta a cualquier extranjero, al igual que en Chile y todos lados, al final lo que genera el conflicto principal es la falta de respeto y el choque cultural. Muchas de las cosas sencillamente se tratan de una cuestión de respeto y consideración hacia los demás, lo que puede traducirse en cosas simples como no botar basura, no fumar donde otros respiren tu humo o no saltarte una fila.
Y, si bien, posiblemente nadie que no haya crecido en un lugar podrá entender o aplicar las reglas y costumbres, lo que es comprensible, puedes hacer un intento inspirado en el respeto. De otra forma estás en el otro extremo del turista, aquel que lleva su mochila de hábitos y costumbres y no está ni ahí con el lugar ni la gente. Después de todo, yo soy el protagonista aquí y son mis vacaciones. ¿Cómo es eso de que no hablas mi idioma? ¿Qué anda haciendo vestida así? Claramente quieres que mire bajo tu falda…
Cuando salimos a la superficie en Gotanda llovía fuerte, lo suficiente como para justificar la compra de un paraguas. Ya estaba oscureciendo, por lo que además de caminar, sólo quedaba mirar la lluvia cayendo.
Llegamos a la BirdShop cuando quedaba media hora para su cierre. Conseguí un par de preciosos libros (An Identification Guide to the Gulls of Japan (2019) y Field Guide to the Birds of Japan (2025)) y realicé una nueva donación de ¥5.000 a la WBSJ, lo que me permitió (¡ahora sí!) tener el hermoso pin de plata del shimafukurō, ‘Blakiston’s Fish-Owl’ (Ketupa blakistoni).


Al salir ya era completamente de noche y llovía con fuerza, así que nos apresuramos hacia la estación Gotanda para volver al hotel, agotados. Las luces de la noche se reflejaban y multiplicaban en el suelo mojado.

“Mañana será un gran día”, anoté, “¡vamos a tener nuestra moto!”. El año pasado me sentía abrumado por la ansiedad y las dudas. “¿Qué estamos haciendo?”. Pensaba en cancelar la moto, pensaba en recortar la ruta… Pero finalmente fuimos y fue una ruta fantástica e inolvidable. Ahora me siento tranquilo y ¡quiero puro ir a buscarla!
1-nov. [Tokyo]
42,9 km
¡Llegó el día! ¡¡Moto!!
Todavía teníamos algunos pendientes. El más importante de ellos eran las botas de moto de Feru, además de preguntar por un estacionamiento cercano para la moto. Mi ansiedad era considerablemente menor respecto al estacionamiento, porque ahora ya sabía que a 20 minutos caminando del hotel estaba el estacionamiento en Monzen-nakacho. Recuerdo lo mucho que sufrí cuando nos pasaron la V-Strom en Odaiba, de noche, con lluvia, y sin tener dónde dejarla.
Estos últimos días he tenido malestar estomacal, que sigo sin poder atribuir a nada en particular. ¿Será por comer carne otra vez? El año pasado no ocurrió. ¿Será una ansiedad invisible o estrés? Opté por un desayuno tan ligero como los que acostumbro en Santiago.

Salimos temprano a explorar la costanera del río Onagi, al norte del Kiyosumi-Shirakawa. Un par de personas trotaba junto al río y otros paseaban a sus pequeños perros, mientras que desde los árboles pocas aves vocalizaban con el ánimo del otoño. Visitamos dos plazas pequeñas y en una de ellas pudimos disfrutar de un espectáculo tan sencillo como encantador: un grupo de suzume dándose un baño en lo que les dejó la lluvia de la noche anterior.

スズメ | suzume

スズメ | suzume

スズメ | suzume
Descartamos los potenciales estacionamientos que me aparecieron en el mapa y también otros que se nos cruzaron durante la caminata. ¡Rayos! Y justo cuando lamentaba otra vez el no poder estacionarla en el hotel, Feru me animó a preguntar en recepción de todas formas. “No problem“, me indicaron. ¿¡Era así de simple!? Mi ánimo mejoró considerablemente.

Partimos rumbo a Ikebukuro, con todo el equipo de moto puesto encima. ¡Qué pesado y agotador se vuelve todo con el equipo! 1,2 kg de bota en cada pie + 1,4 kg de pantalón + 1,6 kg de chaqueta + 0,7 kg de espaldera+ 1,7 kg de casco. Casi 8 kg en total. Estoy listo para caminar bajo el río Sumida.
Una vez en Ikebukuro visitamos brevemente el edificio Parco, donde estaba la Evangelion Store. Tenían bastantes cosas, bastante caras como era de esperarse. Me contenté con un pequeño sticker para la moto, aunque Feru tenía problemas más grandes. Luego de eso, me fijé que había una tienda Tower Records justo al lado. En este lugar fue donde nuestra vida se complicó. ¡¡Habían tantos discos!! Una de mis mayores debilidades. Ambos sacamos muchos discos, más de los que podíamos llevar, por lo que vino el difícil proceso de segunda selección, ya que todos eran CDs que no podíamos encontrar en Chile. Fue una larga boleta… ¡Pero valió la pena!

Como si el peso del equipo de moto no hubiera bastado, ahora cargábamos con los CDs. Comenzamos así la larga caminata hacia Rental819 que, si bien Maps decía que sólo serían 1,6 km, las botas fácilmente lo duplicaron. Cada paso era más pesado que el anterior. Un MOS Burger se cruzó en el recorrido y nos daría un pequeño descanso y algo de energía para seguir.

“Mosaic” + “Culture” son esculturas hechas con un marco metálico con formas de animales, plantas u otros, que luego es rellenado con tierra y sembrado con hierbas y otras plantas.
Cuando doblamos la esquina al final de esa recta interminable, vimos el local de Rental819 cruzando la calle y una enorme moto estacionada afuera. ¡Era una tremenda Yamaha Tracer 9 GT! Lucía bien y se veía capaz de una larga ruta, especialmente con sus tres maletas (30 L a cada lado y 47 L arriba).

El arriendo sería hasta el domingo 16 de noviembre. Cargamos nuestras cosas y partimos. Al principio me costó bastante acostumbrarme a la moto, a pesar de compartir similitudes con mi CB500X, siendo el punto del embrague y el poder del acelerador los que más me tomaron un rato. Una vez que me “calibré” con la moto pude apreciar lo fantástica que era. Me gustó muchísimo su sonido, la postura era muy cómoda y no se notaba tan pesada. Aún así, me sentía un poco intimidado por lo grande que era en todos los sentidos, incluyendo su precio (casi $16.000.000 CLP) que estaba lejos de poder pagar si algo le ocurría. ¡Concéntrate!
Ahora la misión era buscar las botas de Feru, ya que sólo nos quedaba hoy antes de irnos de Tokyo y el sol alcanzó a vernos subir a la moto antes de esconderse. Era la hora del taco y estábamos lejos de las tres tiendas que queríamos visitar. Todas ellas cruzando el río Ara, en Adachi: YSP Senju, 2 Rinkan y NAPS.
Llegamos primero a YSP Senju, donde ya no vendían botas. ¡Diablos! Seguimos hasta 2 Rinkan, una enorme tienda con mucha variedad de artículos para moto y piloto, pero donde lamentablemente no encontramos disponible en su talla. Mi angustia empezaba a manifestarse. Estábamos aquí, buscando las botas contrarreloj debido a que el lugar donde teníamos que ir a buscarlas, la mismísima tienda de las botas Wildwing, no abría los fines de semana. ¡Debimos pasar ayer como era la idea!
Nos fuimos velozmente y llegamos a NAPS, donde lo primero que nos recibió al entrar fue la música de Ado sonando desde los parlantes de la tienda. ¡Este lugar era aún más grande e impresionante que el anterior! Era como tomar tres de las tiendas de cosas de moto más grandes que conozco en Chile y combinarlas en una sola, quizá aún así no tendría todo lo que cabía acá. Disfruté mirar los pasillos. ¡Habían tantas cosas! Aparte de los tristemente raros hallazgos de un pasillo dedicado exclusivamente a chaquetas de mujer y otro más con puros pantalones de mujer, habían varios con cascos, otro largo pasillo de guantes, un par de pasillos con botas… Y eso es en términos de piloto, porque prácticamente la otra mitad de la tienda eran accesorios para las motos: líneas de escape, silenciadores, topes de colores, parabrisas, manubrios, maletas, alforjas… Mientras que en el área del taller habían algunas bellezas estacionadas.







¡Acá logramos encontrar todo! Feru se llevó unas botas perfectas y encontró una chaqueta de cuero fantástica (lo que tanto le faltó en Hokkaido). Llevé algunos stickers de regalo para mi moto, que esperaba en Chile y de seguro lamentaba no poder venir otra vez, y alcanzamos a comprar justo a tiempo, ya que pasamos por caja y anunciaron el cierre de la tienda. Nos retiramos triunfantes hacia el hotel.
Cuando nos entregaron la moto en Rental819, un rato antes, me preguntaron si quería incluir el sistema ETC (similar al TAG de Chile) para las autopistas pagando un poco más por día. “No creo, ya que no planeo usar las autopistas expressway”. Y ahí iba yo, doblando donde no debía e ingresando a una autopista ETC accidentalmente. “Bueno, mejor incluir la tarjeta ETC por si acaso“. Nunca pensé que ese “por si acaso” sería hoy mismo. Serían 3 km de autopista en dirección opuesta al hotel hasta el retorno, y sólo había una cosa por hacer con esta oportunidad: ¡Acelerar!

A veces me pregunto qué dirían las motos si pudieran hablar. ¡Sería algo muy interesante de escuchar! De cualquier forma, con voz o sin ella, la Tracer me invitaba a acelerar y probar sus capacidades, como si quisiera que dejara de sobrepensar y simplemente me relajara al conocerla mejor. No soy una persona de velocidad. Es algo que he escrito siempre. Pero me permití acelerar hasta el límite, mí límite al menos, porque la moto llegó casi a 80 km/h en su primer cambio… ¡¡Wow!!
En nuestra ruta de norte a sur cruzamos el río Ara por el puente Horikiri y después el río Sumida en dos partes por los puentes Senjushiorio y Kototoi, todo esto mientras veíamos en el horizonte el edificio Tokyo Skytree alzándose sobre todos los demás y cada vez más cerca de nosotros. No esperamos que nuestro recorrido nos llevaría a pasar directamente abajo del Skytree y todas sus luces en un infinito vertical. Me alegró mucho haber podido conseguir la GoPro HERO13 este año para poder tomar algunas fotos desde el casco.

En el hotel reorganizamos las maletas para llevar en la moto lo necesario y dejar un poco de volumen desocupado, pero ya estábamos cansados, así que inevitablemente fue un momento estresante. A pesar de esto, sentía que todo estaría bien. Ya pasamos por esto y podemos hacerlo otra vez. Nos acostamos tarde.
No podía esperar a que amaneciera y poder salir de Tokyo rumbo a Abiko, al noreste, donde este fin de semana se estaba desarrollando el Japan Bird Festival 2025. ¡El año pasado no alcanzamos a ir por nuestro itinerario y lo lamenté tanto!
Ahora el resto del viaje depende de nosotros (y de la lluvia).
つづく



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